Cabe la duda de si esto que pasa en las Españas es consecuencia de una vocación surrealista compartida por tirios, troyanos, nacionalistas de aquí y nacionalistas de allá... o solo se trata de una demencial deriva hacia lo grotesco, lo absurdo y ridículo, que va a más como el movimiento uniformemente acelerado producido por la caída al abismo. Esa imagen de disparate sin sentido lo mismo vale para el soberanismo catalán y su estampida hacia la inconsecuencia, el fanatismo, la división y el más mísero oportunismo, que para el Gobierno central, cuyos ministros rompieron a cantar Soy el novio de la muerta en la brutal y sacrílega procesión del Cristo de Mena.

Está fuera de cualquier lógica (incluso de la más surreal y desmadrada) que la agenda política de hoy dependa del fiscal de un estado báltico de Alemania. No conocemos de nada a este señor ni creo que él hubiese supuesto jamás que una decisión suya sería crucial para el destino de España. A este punto de tremendo delirio hemos llegado. Y espérense, porque llevamos (desde hace años) un rumbo que solo puede conducirnos a nuevas y más altas cotas de asombro y deshueve.

El caso Cifuentes ha movilizado a la mismísima Conferencia de Rectores (ya me dirán qué clase de barullo hay ahí, que no ha podido ser clarificado ipso facto por la secretaría de la Universidad Juan Carlos I). Los envirutados por los EREs andaluces, altos cargos de la Junta, se suceden ante el tribunal jurando que ellos ni veían ni sabían ni decían ni controlaban ni nada de nada... pobres ignorantes. Rajoy, a través de uno de sus mandados, le pide cinco votos al PSOE para sacar adelante los Presupuestos Generales, resistiendo al chantaje del PNV (por lo del 155, que si fuese por lo del cupo ya habría, como suele ocurrir, un apaño a favor a los nacionalistas vascos).

Así cada día. Ahora bien, numerosos colegas míos, desesperados quizás, no encontraron ayer otra ocasión para ejercitar el sarcasmo que comentar el superembarazo de los Montero-Iglesias. Pues claro que sí: siempre nos quedará Podemos.