Lo real es lo que está sucediendo ahora cuando estamos aquí. Cuando nos vayamos de este aquí y de este ahora, esto que ha sucedido dejará de ser lo real porque cada uno de nosotros tendrá su propia versión de lo que aquí ha sucedido ahora. Lo vivido será similar pero a cada uno nos dará una ficción diferente, nuestro propio relato. Algo así dijo el otro día Flavia Company en la presentación de su último libro. Digo algo así porque lo escribo desde mi recuerdo mentiroso que impone a la verdad su propia versión de los hechos.

En mi relato, el 11 de marzo de 2004 yo tenía 22 años y estaba estudiando. Primer café. Noticias. Accidente de tren sin mencionar heridos. Luego otro café y más noticias. Ya había víctimas mortales. Ya no parecía un accidente. Se iba rectificando el número de la tragedia. 8, 12, 16, 22, 30. Llamó mi padre. Atentado. Siguió aumentando el número de personas fallecidas. El horror no necesita que se le ponga imagen pero encendí la televisión para justificarme a mí misma que no soy de mirar para otro lado. Radio y televisión. No poder hacer otra cosa. El tiempo se rompió. En la pantalla el reloj de uno de los heridos que se paró a las 7:39. Demasiadas esquirlas para un mismo trozo de mundo. Y todas tenían nombre aunque ninguna de ellas fueras tú. Acebes y las palabras indecentes. El cabreo me sacó a la calle sin haber recibido ningún sms. Y luego el silencio. Ese silencio denso que nos decían que había en Madrid. Como si la rabia, la pena y el recuerdo se hubieran quedado flotando convirtiendo el hecho de respirar en algo pesado. Heridas y duelo. Contar y descontar y la falta de vergüenza. Cada cual con su relato de esos días y en medio las vidas que cambiaron para siempre. ¿Qué perdón cabe en el vacío? Pedir perdón está sobrevalorado y además conduce a pensar que a todos los rotos se les puede poner el mismo parche del lo siento. Remendar errores es lo que hacía mi madre con mi chándal de Tactel. Diversos trozos de tela cubriendo distintos cortes. Con cada uno de mis percances iba un lo siento para atenuar el enfado de un nuevo recosido. Aunque mi madre nunca me pidiera disculpas por ponerme aquel chándal de Tactel feo y gastado, yo la perdono. Eran los años 90 y su peculiar moda. Se pide perdón como se pide una cerveza, la cuenta o la palabra. Se dice lo siento como masilla que tape los agujeros de nuestras relaciones pero de nada sirve si nos han derrumbado pilares. Santa Rita, Rita, lo que pasa, no se quita.

Cada una de las víctimas tendrá su propio relato, sus amarres para sujetar el recuerdo y el hueco imposible de rellenar ni con mil perdones. Pienso en Rodolfo Ruiz, Comisario de Vallecas en ese 11M. La ficción del relato de algunos conspiranóicos hizo que su nombre apareciera en portadas como uno de los culpables de los atentados. Le destrozaron la vida y su mujer se acabó suicidando. Crear una ficción con mentiras que cuestan la vida. El desgarro no se repara con perdones. Que su fabulación ruin les pese como el aire denso de hace diez años.

Comunicadora