Deduzco que Pedro Sánchez, además de dejar gobernar a su adversario, tendría que abandonar las playitas andaluzas e irse a Pontevedra. Con Mariano Rajoy. Quien por supuesto no acude a su tierra a practicar senderismo, recibir alabanzas y degustar pulpo a feira, lacón o esos percebes que yo le envidio; no, por Dios, el está allí... para pensar. Tome nota el insensato socialista. ¡Que es eso de tomarse vacaciones cuando la patria anda manga por hombro!

Absoluta calma chicha. Hasta el miércoles, nada de nada. La perezosa displicencia de quienes, sin embargo, reclaman con nerviosísima urgencia la formación del nuevo ejecutivo (suyo, por supuesto), hace pensar que tanto apremio y tanta prisa son mentira o una simple táctica filibustera. De ahí la sonrisa artera de Rajoy, que ha mudado aquella triste cara suya de enero por otra repleta de entusiasmo. Como el jugador (tramposo) de póker que toca con la punta de los dedos esa carta oculta en su manga que le permitirá ligar los cuatro ases. De momento, y si no fallan los cálculos, retrasando la primera votación de la investidura hasta finales de agosto o primeros de septiembre, el jefe del PP se garantiza ubicar unas hipotéticas terceras elecciones allá por Navidad o Año Nuevo. ¡Y parecía pasmao!

Sólo nos queda pues el turismo. Como siempre. Como en los felices Sesenta. Por aquello del yihadismo, los refugiados, el mal rollito y la inestabilidad de otros países ribereños (del Mediterráneo, se entiende), aquí batimos todos los récords. Nos vamos a trajinar setenta y cinco millones de guiris y nacionales. En las costas y ciudades de moda hay tanta gente que los habituales y no digamos los indígenas están hasta las narices. Es demasiado. El agua se ensucia, todo está lleno, los precios no dejan de subir, la gente se mosquea, las noches son ruidosas... A estas alturas, el frenazo que ha metido la alcaldesa de Barcelona , Ada Colau, a los nuevos hoteles y los apartamentos piratas se revela como una acción inteligente destinada a mantener con vida la gallina de los huevos de oro.

Y encima la ponen a caldo.