El Gobierno de Mariano Rajoy no estuvo fino al anunciar un recorte adicional de 5.000 millones de euros para cumplir con la consolidación fiscal que exige Europa el mismo día que desvelaba en sede parlamentaria la desmesurada deuda de 752 millones de euros que mantienen con Hacienda los clubs de fútbol profesionales. Más que un error o un exceso es directamente un insulto pedirle a un 99,99% de españoles un esfuerzo adicional mientras el fútbol profesional, acaso por su poder narcotizante y uniformizador, goza de patente de corso. Ningún ciudadano normal, si entendemos como ciudadano normal aquel que cumple con sus obligaciones, que contribuye económicamente y que se siente parte de un proyecto social compartido, podrá estar de acuerdo con la laxitud mostrada hacia estas sociedades anónimas deportivas.

Ni siquiera los aficionados al fútbol, los más forofos, podrán entender semejante obscenidad. Sobre todo si se tiene en cuenta que en los últimos cuatro años, mientras todos andábamos haciendo agujeros al cinturón, las sociedades futbolísticas incrementaban en 150 millones sus obligaciones no resueltas con el erario público. ¿Qué hizo el Gobierno durante ese tiempo en el que a los pensionistas se les bajó el sueldo y se subieron los impuestos? ¿Qué hizo la oposición contemplativa, mirando para otro lado y esperando que Rodríguez Zapatero se muriera solo, mientras el país se desangraba en ausencia de un pacto de Estado? Exigencia con las hormiguitas, que en eso nos estamos convirtiendo, indolencia con las cigarras que saben manejarse entre pelotas y pasiones, e indulgencia con quienes no cumplen con sus obligaciones. Así nos han debido de ver los dirigentes que manejan la cosa pública.

No hace falta ser muy espabilado para intuir qué clubs son los más endeudados con la Agencia Tributaria, y pensar en el perfil de quienes los han gobernado. El Atlético de los Gil se lleva la palma con 155 millones; el Betis del apartado Lopera, 35; el Zaragoza de Agapito Iglesias ha acumulado 33 millones. Quién dijo que no estábamos en la Champions... Con estos datos no es de extrañar que Gil Marín o el propio Agapito digan en público que si alguien viene con el dinero venderán sus acciones. ¿Después de arruinarlos...? ¿Para quedarse con la deuda...? El Barcelona tampoco sale mal parado en el lamentable ránking de morosidad, al arrastrar 48 millones de pasivo con Hacienda, básicamente heredados de la presidencia de Laporta. Su condición de club, al no transformarse en su momento en sociedad anónima deportiva, impide una similitud con los anteriores. No así la comparación del personaje. Cuando en Europa se quejan por competir contra unos equipos españoles tan formidables como morosos están cargados de razón. Tampoco sorprende que el fútbol continental haya puesto en marcha un sistema de fair play financiero para limitar las deudas de los equipos, que no podrán superar un déficit de 30 millones en el periodo 2013-2017. Estamos a punto de cargarnos el papel de España en el euro, en la UEFA y en todo aquello que huela a UE.

Con este somero chequeo a la enclenque salud fiscal de los equipos de primera, sorprende que el Gobierno popular nos quiera hacer comulgar con ruedas de molino ante sus impetuosos pero aún poco fructíferos ejemplos de austeridad y de control del dinero público. El viernes, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría anunció que el Consejo de Ministros había aprobado un plan para suprimir o saldar el capital de un total de 80 empresas y 9 fundaciones que son propiedad o que están participadas por el Estado. Explicó que se prescindirá de un total de 154 consejeros con un importante ahorro en sueldos y dietas. Dicho así, parece un ejercicio de ejemplaridad y de eficiencia, pero cuando se descubre que el ahorro será de un millón de euros, uno se pregunta si este paquete de medidas de tan corto resultado merece una rueda de prensa del Gobierno. Si además pensamos que el ahorro se producirá cuando los ministerios vayan implementando las órdenes, es decir, dentro de unos cuantos meses, apaga y vámonos... Probablemente con pegarle un apretón a algún equipo de Primera, paradigmas algunos de ellos del fraude en España, se conseguiría bastante más que con medidas tan higiénicas como poco prácticas.

No está el momento para políticos retozones y efectistas, que juegan a despistarse con los temas molestos de los que nadie quiere hablar de verdad, como la salud financiera del fútbol y su incidencia en el conjunto de la economía española. El ciudadano necesita hoy garantías, pero no en la forma en que pretenden ofrecerlas a través de la reforma laboral u otros cambios legislativos que aminorarán cuando no volatilizarán derechos largamente reivindicados; necesita honestidad en el comportamiento, hasta establecer un vínculo de confianza que le permita entender que su destino colectivo está en buenas manos.

Buena parte de los problemas derivados de la crisis financiera y del modelo de insostenibilidad en el que nos habíamos instalado vienen de actitudes individuales, pero las soluciones para esta madeja sin cuenda no son colectivas. Si el problema se ubica en determinados excesos fácilmente identificables (el fútbol es uno de ellos), más que en los costes de la protección básica y el bienestar social conseguidos durante los últimos 30 años, por qué se resisten a actuar. ¿Simplemente para no desmontar el circo? Estoy seguro de que Messi no se acuerda de lo que cobra, ni de lo que debe su club cuando se va en velocidad y la pica por encima del portero. Pero a este paso los que lo vemos por la tele sí nos tendremos que acordar.