Esperanza Aguirre anunció ayer su dimisión como concejala y portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid a consecuencia del encarcelamiento por corrupción de su sucesor en la presidencia de la Comunidad y máximo colaborador suyo durante muchos años, Ignacio González. Genio y figura, Aguirre compareció apenas tres minutos, sin admitir preguntas de los periodistas, no aceptó responsabilidad directa alguna en las presuntas actividades delictivas de su mano derecha, por quien dijo sentirse «engañada y traicionada», y repartió reproches sobre la lentitud de la justicia o lecciones sobre cómo deben actuar los políticos. Una frase de su comparecencia delata su cinismo: «Los ciudadanos tienen derecho a exigir que los políticos asumamos todas las responsabilidades con dignidad, sin dilaciones y sin excusas».

La dignidad puede ser discutible -depende de quien lo juzga-, pero es indudable que la carencia de dilaciones y de excusas no es aplicable a Aguirre. Dejando aparte su primera dimisión en el 2012 como presidenta de Madrid por razones de salud, su renuncia como presidenta del PP madrileño fue en febrero del 2016, casi año y medio después de que su otro gran colaborador, consejero y secretario general del PP madrileño, Francisco Granados, fuera a la cárcel por el caso Púnica. Y antes otro de sus consejeros, Alberto López Viejo, había sido imputado por la trama Gürtel sin que se diera por aludida, como no fuese para vanagloriarse de haber destapado el asunto.

Ahora, por fin, parece que abandona la política, una actividad en la que siempre ha actuado a la contra en su partido, primero contra Alberto Ruiz-Gallardón y después contra Mariano Rajoy, a quien intentó descabalgar en el congreso de Valencia en el 2008, apoyada por Aznar y los sectores más duros del PP. Émula de Margaret Thatcher, en realidad ha practicado uno de los liberalismos más intervencionistas que se recuerdan, como pueden dar testimonio en Caja Madrid, en la TV autonómica o en las empresas públicas.

Desde el punto de vista político, su retirada es otra victoria de Rajoy. Sin embargo, la aparición sistemática de casos de corrupción en el PP madrileño, que incluyen la financiación del partido, no puede dejar de afectar a la cúpula de Génova. El PP está cada vez más acorralado por la corrupción, que dista mucho de ser una cosa del pasado.