Guste o no guste, durante los siglos XVI y XVII, la historia de España, en sus hechos de armas, está ligada a los Tercios. Echemos, si no, un rápido vistazo a las batallas y asedios en los que participaron de manera directa y, por lo general, decisiva: Pavía (1525), Túnez (1535), Mühlberg (1547), San Quintín (1556), Gravelinas (1568), Lepanto (1571), Maastricht (1579), Armada Invencible (1587), Amiens (1597), Ostende (1601), Breda (1625), Nordlingen (1634)...

Dos autores al alimón, el escritor Fernando Martínez Laínez y el general de Infantería José María Sánchez de Toca y Catalá acaban de presentar un detallado y entretenido estudio sobre Los Tercios de España. La infantería legendaria., que va por su quinta edición en un tiempo récord. El secreto del éxito radica, creo, en el concepto o formato de una publicación que, siendo rigurosa, se lee, en sucesivos epígrafes (casi a modo de un manual), con enorme facilidad, recreándonos la vista, además, en mapas, armaduras, pertrechos, documentos de la época en que en nuestro imperio no se ponía el sol.

Los Tercios viejos, o de creación más antigua, surgieron en 1534, a raíz de la reorganización de las compañías españolas que operaban desde tiempo atrás en los reinos italianos. Dichos Tercios veteranos, a los que se agregaron regimientos de arcabuceros, quedaron establecidos en Milán, Nápoles y Sicilia, aglutinando un total de veinte mil infantes, más un millar de caballeros.

España era un país militar. Una leyenda de riqueza y aventura exornaba a muchos de aquellos soldados de fortuna. A la hora de los reclutamientos, la presencia de aquellos héroes, "su aplomo y liberalidad, el rumbo con que gastaban su dinero les hacían muy atractivos; hablaban en las tabernas de gloria y de fama, pero también de las libertades de Flandes, de las espléndidas hosterías de Italia, de la abundancia de Milán, los festines de Lombardía, las dulzuras de Nápoles, la vida en Palermo, la blanca hermosura de las damas flamencas o la morena belleza de las napolitanas". En aquellas mismas tabernas peninsulares sonaba con frecuencia la siguiente copla: España, mi natura/ Italia, mi ventura/ Flandes, mi sepultura.

El secreto de la cohesión y de la disciplina militar de los Tercios respondía, según los autores, a dos factores principales: la lealtad al rey, por un lado; y a la fe católica, por otro. "Es un hecho poco conocido, pero las guerras de Flandes no empezaron por la defensa de los derechos feudales de un soberano borgoñón, sino para poner coto a las matanzas y a la furia iconoclasta de los calvinistas de los Países Bajos".

No todo, sin embargo, eran proezas y buenas costumbres entre nuestra tropa. La cruel práctica del despojo, consistente en adueñarse de las pertenencias de los vencidos --armas, dinero, ropa, calzado-- no sólo era habitual, sino que estaba estipulada. Para que los guerreros no se distrajesen del combate, eran sus pajes quienes rebanaban los gaznates de los enemigos agonizantes, despojándolos a continuación de todo lo aprovechable; de ahí la abundancia de cadáveres desnudos en el campo de batalla...

Un libro claro y revelador.

Escritor y periodista