La presentación del libro La calle Zamenhof, de Roman Dobrzynski, sirvió para reunir en Zaragoza, en la Biblioteca de Aragón, a un buen número de esperantistas. Entre ellos, al editor del libro, José Vicente Zalaya, de Libros Certeza, especializado en literatura hebrea.

El iniciador del esperanto, o idioma universal, fue un médico judío, L L. Zamenhof (1859-1817, este año se cumple el centenario). De sus descendientes, vive un nieto, Louis-Cristophe Zaleski-Zamenhof, nacido en 1925 en Varsovia y superviviente del gueto judío que en la II Guerra Mundial llegó a albergar a una población de 350.000 hebreos, muchos de los cuales perecerían en campos de concentración. «Hay una calle muy especial en Varsovia -recuerda el nieto-, con el nombre de mi abuelo. Por esa calle, durante los sombríos años de 1942 y 1943, desfilaron decenas de miles de judíos hacia el planificado exterminio que les aguardaba en el campo de Treblinka...» Desde 1960, Louis-Cristophe vive en París. Arquitecto y escultor, ha proyectado iconos como el estadio olímpico de Montreal o el monumento al general De Gaulle.

En su conversación con Dobrzynski, el nieto del creador del esperanto recrea la figura y vida de su abuelo y se extiende en consideraciones sobre las virtudes, implantación y desarrollo de esta lengua que nació a finales del XIX como herramienta de entendimiento entre todos los hombres. Y que sigue generando debates, estudios, ediciones o Congresos como el que estos días se ha celebrado en Teruel, organizado por Liberanimo, una asociación presidida por Alberto Granados, que ha sido capaz de reunir a doscientos esperantistas de diversos países.

La historia del esperanto ha dado mucho juego en el imaginario colectivo y en la literatura. Muy interesante y acertado me parece el tratamiento que de la lengua ecuménica y del propio Zamenhof ha trazado José Manuel González en su novela Los olvidados del frío (Mira Editores).

Oyendo hablar a Dobrzynski, a Zalaya y a los esperantistas zaragozanos experimenté una sensación de paz y fraternidad como hoy, en este mundo fragmentado en tantos dogmas, a menudo intolerantes entre sí, resulta difícil disfrutar. Ojalá los valores de respeto mutuo, entendimiento y desarrollo que deberían presidir el camino de la humanidad sigan vigentes y aumente la difusión del esperanto.