Cada año, por estas fechas, nos replanteamos la función de los juguetes que se regalan a niños y niñas. Tanto desde el punto de vista social (el cenit del consumismo en comparación con las campañas solidarias que se promueven para ayudar a las familias que no pueden permitirse el gasto) como desde una óptica educativa. ¿Son necesarios tantos regalos? ¿Están pensados para la edad adecuada? ¿Responden a unas necesidades reales y pedagógicas? Desde hace tiempo, además, la categoría juguetes se ha ampliado con todo tipo de aparatos y gadgets electrónicos, con una tendencia creciente a introducir a los menores, muchas veces antes de tiempo, en el mundo del adulto.

El juego es una actividad consustancial al ser humano y con innegables beneficios para el desarrollo intelectual, pero debe ceñirse a unas necesidades educativas y lúdicas y a unos criterios de adecuación al ritmo de crecimiento del menor, y no a la satisfacción de unos deseos expresados en un entorno altamente consumista. En este punto, conviene destacar el papel que los juguetes interpretan en la continuidad de unos roles sociales o bien en la superación de los mismos. Algunas empresas ya han empezado a promocionar sus catálogos sin distinción de sexo, mientras que otras persisten en reproducir estereotipos convencionales, práctica que no conduce sino a perpetuar la discriminación social entre hombres y mujeres.

Jugar es absolutamente necesario, pero tanto padres como educadores e instituciones deben tener presente que el juego es también un hecho que forma parte del entorno educativo. El exceso, la incontinencia, la voluntad de comparación con otros niños, la generación de impulsos irresistibles, son factores de riesgo que pueden incidir negativamente en una infancia en la que se basan los fundamentos del ciudadano adulto. En estos días, la inteligencia emocional debería pasar por encima de los múltiples reclamos a los que estamos expuestos. Calibrar la edad del menor, rehuir los juguetes y los dispositivos violentos o su concreción sexista, y apostar por un espacio de ocio que tenga en cuenta los parámetros del civismo y la igualdad deberían ser los criterios por los que se rigen los regalos. Sin olvidar, por supuesto, que jugar es sinónimo de crecer y compartir, de socializar. De ser feliz en compañía de los otros.