Juguemos con el tiempo. Las manecillas giran hacia la izquierda. El niño aún no ha llegado a la orilla. Aún no se ha mojado su camiseta roja ni sus bermudas azules. El niño aún tiene miedo y llora junto a su hermano un poco más mayor, abrazados ambos a su madre. Sí, retrocedamos dos años. Unas horas más. Lo justo para respirar. El agua empieza a entrar en el bote. Los nervios se convierten en pánico. Algunos, incapaces de superar la angustia, se ponen de pie… Pero, recordemos, estamos jugando con el tiempo. Imaginemos que ese segundo terrible se alarga hasta minutos y, milagrosamente, aparece un buque salvador. Pongámosle un nombre. Por ejemplo, el Astral, de Open Arms. El niño se salva. También su hermano y su madre. Todos los que le lloraron se abrazan emocionados. Las instituciones europeas respiran aliviadas. Felicitémonos, nos hemos quedado sin símbolo de nuestro egoísmo y nuestra incompetencia. Quizá la historia nos juzgue con más benevolencia… Y ahora, dos años después, ¿cómo está ese niño que hemos salvado con la imaginación? ¿Qué le queda, qué hace el pequeño que tanto nos hizo llorar? ¿Dónde vive? ¿A qué escuela va? ¿Tiene amigos?... ¿Queremos, realmente queremos saber la respuesta a todas esas preguntas?

El 2 de septiembre del 2015 se encontró el cuerpo de Aylan. El niño kurdo varado en una playa de Turquía. Único para nosotros. Uno entre millones en la triste estadística del horror. Millones de niños varados en un mundo que les niega el futuro. Ni el juego del tiempo les salva.

*Escritora