El tiempo. Esta sociedad nos conmina a devorarlo rápido; a quemar etapas sin cesar, con la técnica de la tierra quemada. El día a día es una avalancha que nos sepulta. El cáncer te obliga a contar los días y a guardarlos. A tratar el tiempo con mimo y detenimiento. Empiezas un año que no sabes si vas a terminar. Cada momento puede ser también el último. Me gustaría hacer planes sin tener que pensar cómo me encontraré dentro de unos meses; si podré hacer lo que me gustaría. La enfermedad acaba colonizando tu vida por muy bien que te encuentres; siempre está ahí cuando te das la vuelta, todas las mañanas al levantarte. Forma parte de tu vida y cada instante se resiente. No importa lo positivo que seas. Cuando termina un año piensas en que has sumado otros 365 días, y que eso es un logro, y que esperas vivir otros tantos, pero sin hacerte ilusiones. Hace un año estaba calvo e hinchado por la quimio; pensaba que no viviría otra Navidad. Ha sido un año muy difícil. Pero aquí estamos. Te sientas en la mesa con los tuyos y saboreas la suerte de estar ahí. No hay propósitos grandilocuentes, ni brillantes ambiciones. Solo esa insistencia por vivir un día y otro y otro; por estar otra Navidad. Solo pides tiempo puro como aire; tiempo para hablar, para comer, para viajar, para abrazar, para leer, para besar, para ver a mi familia, para querer. Básicos. Cada instante es un instante robado. No soy dueño del tiempo. Pero decido su contenido y su valor. Decido el ahora. Aunque sé que el cáncer tiene la última palabra.

*Periodista