Tiempos difíciles para este maltrecho país. En apenas 15 días la conciencia moral de España ha quedado humillada y con su autoestima por los suelos. En tan poco tiempo hemos conocido cómo 86 directivos de Caja Madrid (Bankia) han visto sus vergüenzas expuestas al público al conocerse que cobraron casi 15 millones de euros con tarjetas opacas, sin declarar a Hacienda.

La crisis del ébola se ha colado en nuestra maltratada sanidad pública poniendo en entredicho nuestra capacidad de respuesta ante una crisis como esta y los síntomas de cambio de tendencia en la economía se apagan lentamente camino de la tercera recesión.

Nadie se libra, el descrédito llega a todos por igual; las tarjetas opacas son la punta del iceberg de un despilfarro con operaciones dudosas, compras ruinosas y deslumbrantes gestores que no se privaron de saquear una emblemática caja de ahorros, buque insignia de la derecha económica y social de este país. Las tarjetas fueron la golosina para comprar voluntades de empresarios, sindicalistas, políticos, banqueros y burócratas de alto nivel; todos olvidaron que el comportamiento individual está restringido por normas éticas y morales, que todo lo que es legal no es ético, que su conducta de representación en esta institución les obligaba a anteponer el bien general al personal. Seguramente no son conscientes del daño causado con esos comportamientos que minan la cohesión de una sociedad basada en una ética social protegida por leyes que a todos nos obligan por igual, la ejemplaridad se diluye ante la avaricia y el mercadeo con los principios políticos, donde todo vale para estar aunque eso suponga dejar de ser.

La indignación que me producen los robos de la derecha iguala a la tristeza por el comportamiento de esas personas de la izquierda. El huracán de estos comportamientos amplifica la desconfianza ante las instituciones, la política y los políticos, echa más gasolina al fuego arrollador del populismo que ve en lo que ellos denominan "el régimen surgido en 1978", la fuente de todos los males y la igualación de todos los comportamientos.

Quienes decían que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, que debíamos ganar menos y trabajar más o pedían el despido libre como solución al paro, tiraban de tarjeta en negro para gastos cotidianos como si fuera maná bajado del cielo. Rodrigo Rato, vocero de la austeridad, exministro, expresidente del FMI y de Bankia, artífice, según Aznar, del milagro económico español, simboliza la hipocresía del político exigente para todos y complaciente con los míos.

La realidad de estos comportamientos desborda el deseo e insistencia del Gobierno y sus interesadas lecturas de algunos datos macroeconómicos; cuando apenas atisbamos una salida de la segunda recesión, la economía europea camina hacia la tercera, con la revisión a la baja de la tasa de crecimiento alemán para este año que pasaría del 1'8% al 1'2% y para 2015, del 2% al 1'3%, la previsión de un crecimiento menor en las economías emergentes (-1'5%) la bajada de crecimiento en China y una situación internacional complicada por el auge del expansionismo nacionalista ruso, el peligro yihadista en Irak y Siria, la creciente desconfianza sobre la salida del rescate de Grecia y la aparición de brotes de ébola en el continente.

Son los organismos internacionales más forofos de la austeridad y el control del déficit, FMI, OCDE y BCE, quienes abogan ahora por un cambio de políticas ante un posible estancamiento en Japón y la zona euro. Es el fracaso de quienes defendieron que la austeridad nos traería la confianza de los inversores y con ella la economía arrancaría otra vez. En este contexto es muy difícil que España crezca según lo previsto, la ralentización de nuestras exportaciones en lo que llevamos de año y la bajada de casi 6 puntos en agosto señala nuestra dependencia de los mercados europeos para reactivar nuestra economía.

El abrazo con Merkel que tanto gusta a Rajoy, es letal para nuestros intereses, impide activar junto a Francia e Italia cambios en una política económica fracasada y abocada al estancamiento y desempleo masivo, la arrogancia intelectual de algunos teóricos y burócratas europeos, junto al dogmatismo neoliberal de nuestros gobernantes pueden llevarnos a un callejón sin salida donde el paraguas protector germánico se convierta en un corsé asfixiante para colisionar con quienes deberían ser nuestros aliados naturales.

Son tres retratos de un vacío de gobierno clamoroso, donde el presidente está ausente, el Gobierno ejerce a tiempo parcial, el Ministerio de Sanidad en estado de shock, las entidades financieras siguen descontroladas y la crisis institucional desbocada. La estrategia de diluir en el tiempo los problemas pensando en un cambio repentino como si fuesen tigres de papel, nos puede llevar al precipicio.