En este país, y en concreto en Aragón, es bastante habitual tirar por elevación a la hora de presentar presupuestos para obras públicas, es como si el dinero no tuviera dueño; incrementan las cantidades por si hiciera falta hacer chapuzas aún a riesgo de que no se puedan justificar, ¡se necesita osadía!, piensan que hay que tener para imprevistos, y eso todo el mundo lo entiende. Lo que ocurre es que si durante cierto tiempo estas opacidades presupuestarias pasan desapercibidas, cuando llegan las elecciones las cosas cambian, se agitan y lo que puede ser susceptible de rentabilizarse políticamente sale a la luz, como las supuestas irregularidades de las obras del tranvía --es lo bueno que tiene nuestro sistema--, ya veremos en qué queda todo este asunto, pero no auguro nada bueno. Luego están los presupuestos que se asignan para algo innecesario, como fue, en época de Belloch, la mano de pintura verde que se le dio a la estatua de César Augusto, una especie de restauración Pop-Art que a los de Patrimonio les debió gustar, pues nada dijeron, pero ahora el consistorio entiende que el desaguisado hecho al pobre Augusto ha de remediarse, y propone su limpieza con un coste entre 450 euros y 8.900 euros (lo van a dejar como una patena, incluso es posible que les diera para arreglar las murallas), pero antes Patrimonio tiene que autorizar esa limpieza. Creo que la figura del César debería ser un icono para la ciudad, una Sirenita de Copenhague o un Manneken Pis de Bruselas que activara el turismo, y un motivo para hacerse una foto, tocar a la rana y echar una moneda para volver o no, depende de como quedara la restauración. En cualquier caso, mira que hacemos las cosas mal.

Pintora y profesora de C.F.