Aquella mañana del 12 de julio del 79, mientras el Hotel Corona de Aragón ardía ofreciendo a Zaragoza un espectáculo desolador, ninguno de los presentes, ni periodistas, ni bomberos ni simples testigos, tuvo duda alguno de que aquello era un incendio accidental. Pero conforme se extendió la noticia y se supo que en el edificio habían pernoctado numerosos militares y familias de los mismos, incluida la viuda de Franco y el general Armada, en círculos de extrema derecha se habló de atentado, corrieron rumores (falsos) sobre extraños movimientos de tropas en la propia capital aragonesa y se produjeron llamadas anónimas reivindicando el supuesto ataque en nombre de ETA y el FRAP. Así, la teoría terrorista cobró una fuerza tan imparable como, en mi opinión, absurda.

La reciente emisión por Aragon TV de un excelente documental sobre el incendio del Corona realizado por Germán Roda y Ramón J. Campo ha puesto el tema sobre la mesa. Y se ha comprobado que la teoría del atentado está tan viva o más que nunca. Carece de fundamento, no se remite a prueba concreta alguna... pero sigue ahí. Treinta y nueve años después.

Bueno... El Corona, pese a exhibir lujo y modernidad, era una pira en potencia. En la España de Los Ángeles de San Rafael, el metílico, la colza o talleres como el de Tapicerías Bonafonte, proliferaban las situaciones de riesgo. El hotel zaragozano era una edificación sólida pero sus escaleras y sus rectos pasillos carecían de cortafuegos y eran perfectas chimeneas, su supuesto sistema de detección de incendios nunca funcionó, algunas de sus salidas de emergencia estaban, al parecer, clausuradas para evitar que los huéspedes llevasen compañía a las habitaciones... y lo peor de todo: el interior era pura moqueta acrílica, maderas y paneles barnizados, telas sintéticas y plásticos fijados mediante pegamentos muy inflamables. Tras el incendio, en incomprensibles sentencias destinadas a dejar fuera de toda responsabilidad a las empresas implicadas, Turismo Zaragoza SA y Hoteles Agrupados SA, se evocaron unos inespecíficos agentes exógenos. ¿Napalm? ¿Pirogel? No, por supuesto. Bastaba y sobraba con los materiales altamente combustibles que las llamas iniciadas en una freidora encontraron a su paso.

No hubo explosión previa (las deflagraciones posteriores fueron causadas por la acumulación ocasional de gases inflamables). No se detectaron intrusos ni artefactos. La estructura del edificio no se resintió (de tal forma que fue reconstruido sobre ella misma). Nunca hubo ningún indicio posterior de que ETA o el FRAP pudiesen haber intervenido en la catástrofe. Las víctimas murieron mayoritariamente por asfixia en medio de una tóxica humareda, ni metralla ni impactos de ningún tipo... Es lógico, ciertamente, que muchas de las familias afectadas prefieran ceñirse a la versión del atentado. No solo ofrece una causa más heroica a la muerte de sus seres queridos, sino que ha sido la única vía para obtener alguna compensación. Pese a ello, las evidencias, aplastantes, confirman la impresión que todos tuvieron aquella aciaga mañana: el Corona ardió porque estaba construido para arder.