Aestas alturas, estamos todos tan agotados que apenas causa sensación el hecho de que Mariano Rajoy haya alcanzado sus últimos objetivos parlamentarios y la investidura sea un hecho. Pero el problema adquiere a partir de ahora una nueva dimensión, porque habremos de dar por hecho la descarada consagración de fenómenos que contaminan la democracia hasta convertirla en algo parecido a una pamema. No me refiero, es verdad, a nada que no haya sucedido antes, por ejemplo presentar un programa electoral y luego incumplirlo. Pero hasta la fecha las trampas y mentiras eran presentadas como algo excepcional o se las disimulaba con prolijos ejercicios de cinismo e hipocresía. Eso se acabó. El PSOE ya ha pasado a dar por hecho que ofrecer una cosa y de inmediato hacer la contraria es algo perfectamente razonable, admisible e incluso admirable.

Resulta insólito que Antonio Hernando siga siendo portavoz del PSOE tras haber jurado en público una y mil veces que su partido jamás de los jamases facilitaría la investidura de Rajoy. Para justificar el giro de 180 grados de su comité federal y justificarse a sí mismo, este ciudadano evoca aquellos renuncios a cuenta de la OTAN y la reconversión industrial de los 80. Pero su mensaje transciende tales precedentes y anuncia un futuro donde ya no cabe confianza alguna en los candidatos socialistas. El interés de España (¿de qué España?) está por encima de cualquier contrato con los votantes. O sea que...

El PP, por su parte, ha logrado darle la vuelta al sistema electoral sin necesidad de reformarlo. Ciudadanos ha exhibido una impresionante capacidad para el transformismo ideológico y programático. Los nacionalistas periféricos han dejado de disimular su apabullante (y egoísta) obsesión territorial, como si el mundo se acabase más allá de sus micropaíses. Y Podemos... Bueno, estos acabarán convirtiendo en coherente su incoherencia, aunque sólo sea por comparación con los demás. En todo caso, nadie les perdonará nada. Bastante tienen. H