A todo trapo airearán mañana las banderas al viento en Cataluña en el 1-O. Mañana es el día en el que los catalanes, suponemos, van a manifestar su opinión en un referéndum de diseño, hecho a la medida del sí a la independencia. Como si fuera un traje cortado por un buen sastre para ocultar los defectos de forma y fondo. Un referéndum trampa como ha dicho bien claro Joan Manuel Serrat desde los micrófonos de Chile.

Nunca me han gustado las banderas. Para mí son solo trapos, trozos de tela, que se enarbolan para movilizar a las masas camino de un horizonte nublado por los sentimientos patrióticos. Las banderas y las patrias, históricamente, han sido instrumentos perfectos para manipular y nublar la razón. Demasiadas banderas se han visto en uno y otro lado: sobraban esteladas en la manifestación de las Ramblas tras la matanza yihadista. Eran trozos de tela inoportunos, provocadores, fuera de lugar; ya que fue momento de unión de todos contra el enemigo oscuro y silencioso. Cobarde y asesino del terrorismo islámico. Del mismo modo que sobraban las banderas de España agitadas por los fascistas que intentaron impedir el acto de Podemos en Zaragoza a la entrada del pabellón siglo XXI, y arrojaron un botellín al vientre de Violeta Barba, presidenta de las Cortes de Aragón. Esas gentes destilaban ese odio y rabia fascista que vimos hace algunos años en la ultraderecha española. Cualquier excusa es válida para sacar los trapos del enmohecido baúl de los recuerdos franquistas y hacerse visibles un rato para reconocerse en los informativos de la tele.

Ante esta situación desmesurada no es de extrañar que hasta los top manta hayan visto la ocasión que ni pintada para hacer negocio y vender esteladas a dos euros el trozo de tela en las calles de Barcelona, cada vez que hay convocatorias de apoyo en sus calles para proclamar su independencia. Ellos que ni siquiera tienen patria ni bandera venden lo que haga falta en los suelos catalanes como si fueran el sustituto cómico de la tradición textil de Sabadell y Tarrasa.

Tengo que reconocer que cada vez me gusta mas el modelo francés de organización territorial del Estado. Nunca me han gustado las autonomías y sus derivas patrióticas, independentistas o soberanistas y ese aroma que desprenden a élite diferente; sobre todo cuando lo que defienden de verdad es la ‘pela’. Las autonomías tal y como están en la Constitución tienen su lado positivo pero también han abierto las puertas a la corrupción, al gasto público sin control, a la creación de hasta cinco administraciones en un mismo territorio, a la proliferación de cargos totalmente prescindibles con sus correspondientes sueldos escandalosos. En definitiva, que las competencias de urbanismo, sanidad y educación (las importantes) dependan de los caprichos de cada comarca, municipio o comunidad autónoma casi sin control alguno por parte del Estado y padeciendo recortes sin fin. Y que dependiendo de dónde residas ganes un buen sueldo o estés en el paro o malviviendo. H *Periodista y escritora