Nos dijeron (¿se acuerdan?) que la presencia del Estado en los sectores básicos de la economía no tenía sentido. Vamos... que resultaba muy contraproducente. Así que lo vendieron todo, a mayor gloria de los amigos de Aznar y los inversores institucionales (o sea, la banca). Ni acción de oro ni leches. ¡Mercado, mercado!

Aseguraron también que las centrales de ciclo combinado iban a ser la mundial y que era preciso alargar la vida operativa de las ya viejas nucleares (incluida la peligrosa antigualla de Garoña). Y cuando se alzaron voces advirtiendo de la barbaridad e intentado defender la expansión de las renovables, ministros, comentaristas, tertulianos, trolls y otros voceros del lado oscuro clamaron que, jo-jo, ja-ja, ¡luego tendríamos que complarles a los franceses su energía atómica a precio de oro!

Salió el entonces ministro Piqué a contarnos lo bien que nos iría liberalizando el precio de la luz. ¡Enseguida bajará!, juró el fulano. Volvió a comparecer hace bien poco el ministro

Soria (sí aquel de los paraísos fiscales) a comunicar el final de las famosas subastas y presumir de haber metido en el cepo a las dichosas renovables. Todo por nuestro bien, oye.

Y las puertas giratorias (que ya no sabías distinguir entre los consejos de administración de las eléctricas y el Consejo... de Ministros) y los recibos indescifrables, y los peajes ininteligibles... y todo lo demás.

Así que ahora el contador vuelve a marcar récords de cuando las subastas se despendolaron. La subida del gas ha puesto por las nubes el kilovatio producido en ciclo combinado. Nos explican que los precios aumentan, además, porque les estamos vendiendo eléctricidad a los franceses (¿pero no era al revés?). Y a la vista está que el bendito mercado, controlado a placer por un oligopolio manifiesto, nos sangra sin compasión, mientras internet viraliza la existencia de una zaragozana llamada Luz Cuesta Mogollón y los portavoces del Gobierno ponen cara de poquer (o de diarrea crónica, si se trata del parlamentario conservador Rafael Hernando). O sea, como decía el gracioso: jo-jo, ja-ja. A pagar.