Ya saben que Pedro Sánchez ha sido designado candidato de su partido a la presidencia del Gobierno, tras ganar unas primarias que no se celebraron porque sus competidores no reunieron suficientes avales. Lo de siempre. Con lo bien que le habría venido al secretario general escenificar un debate en profundidad y una apertura de su partido al creciente interés de los ciudadanos por la política. Pero en el PSOE se han empeñado en llegar a las generales con las manos vacías.

Mientras, el PP amaga de nuevo con normalizar micropucherazos y evidentes agresiones a la libertad de información, a fin de garantizarse lo antes posible alguna ventaja electoral. Hablan otra vez de cambiar la norma para consagrar como sea la victoria del más votado, y andan empujando una reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal destinada a proteger a los imputados (a partir de ahora, investigados), prohibir las imágenes de las detenciones y comparecencias y eliminar eso que los abogados de los (presuntos) delincuentes de cuello blanco llaman "pena de Telediario". Luego, la selección de los magistrados que han de ver lo de la Gürtel, recayó por casualidad en unos benditos jueces de derechas de toda la vida. Han sido recusados, pero su mera designación indica hasta qué punto existe una estrategia para poner sordina a los supuestos casos de corrupción (que no dejan de salir a la luz) para evitar el desgaste del Gobierno.

En estas condiciones, como ustedes comprenderán, el aterrizaje de los nuevos no puede provocar mayores señales de alarma, por muy raros que parezcan algunos de ellos. El único problema, desde mi punto de vista, es que los recién llegados (a parlamentos autónomos y concejos) parecen exclusivamente interesados en bajar sueldos (de eso, ya hablaré despacio otro día), eliminar asesores y suprimir coches oficiales. Lo cual puede ser positivo, hasta cierto punto, pero apenas roza las causas últimas del merdé en el que nos han instalado los viejos.

Sean novatos o veteranos, aquí todos se van a tener que poner las pilas. Porque la cosa está fea, pero fea-fea, y rara, pero rara-rara.