Bárcenas ha pasado de utilizar el dedo corazón rígido con los periodistas para hacerles la peineta a usar el índice recogido hacia sí mismo en actitud de llamada para ir desgranando lo que toque, en función de la agenda de sus excompañeros del PP, metiendo presión y sin barrotes que le limiten, más allá de los de sus propios intereses. Los de Génova --coleguis durante 20 años-- ya no pronuncian su nombre ni su esdrújulo apellido. Pero se ven obligados hasta en las convenciones nacionales a recordarlo sin citarlo. Ayer, al acabar los ejercicios espirituales en Madrid, Rajoy lo volvió a meter en el juego (no solo a él, a muchos más), al anunciar que no está dispuesto a que la corrupción oculte la gestión del PP. Podría haber aclarado que tampoco lo está a que la gestión del PP oculte la corrupción, pero ya son juegos de palabras y conviene no arriesgarse al equívoco. En el oleaje previsible del bipartidismo y de la percepción entonces y aquí del Viva la virgen, como en Suiza o en Andorra, el trasiego de mochilas --tal que en la película El niño-- rinde mucho si no se abusa. Cuando se pasa de la moto náutica a la lancha de tres motores, el riesgo crece en proporción al cargamento y el desenlace se acelera. En plena ciercera al PP le llega la tormenta perfecta. Bárcenas con acceso a los micros; las encuestas señalando que sólo el 65% de los votantes populares repetiría ahora papeleta y en la convención teniendo que hablar más de Podemos que de gaviotas. Y encima, van los griegos y marcan tendencia.

Periodista