El recién elegido presidente de la Generalitat, Quim Torra, definió la etapa que ahora se inicia como excepcional y provisional. Esas dos condiciones han empezado por cumplirse, en efecto, en la misma sesión de investidura. La excepcionalidad, porque nunca el acto de investir un presidente había sido tan poco solemne y con tan escaso contenido. En sus intervenciones, el candidato mostró sus carencias con toda crudeza, sobre todo en las réplicas, de apenas 15 o 20 minutos en total, sin responder a cada grupo parlamentario por separado.

Y, sin embargo, el debate era muy importante, pese a que el candidato se presentó como un presidente provisional. Por eso empezó diciendo que el president era Carles Puigdemont, que fue también al primero al que agradeció su elección tras la votación y al primero que visitará este martes en Berlín, en un remedo de evacuación de consultas. En el discurso de esta segunda sesión, Torra se esforzó en ser menos excluyente y pidió con mayor énfasis disculpas por sus textos xenófobos asegurando que no se repetirían. Pero las ideas que contienen sus tuits y sus artículos -Inés Arrimadas desempolvó algunos terribles— son tan sectarias y tan incalificables que no basta con pedir perdón para despejar el temor de que Torra no será el presidente de todos los catalanes, sino el valido excluyente y recalcitrante de Puigdemont.

El sectario Torra se reafirmó en la ensoñación de que la Generalitat comparta el poder con un pretendido consejo de la República en el extranjero y con una asamblea de cargos electos mientras se organiza un proceso constituyente. Instituciones que, como le recordó Miquel Iceta, no tienen cabida ni en la Constitución ni en el Estatut. Torra tampoco respondió a las preguntas sobre su concepción de Cataluña y de España que le formuló Xavier Domènech, quien reprochó a ERC y a la CUP su contribución a la elección de un representante del catalanismo más ultraconservador. En este sentido, ERC tiene el reto de demostrar si esa nueva estrategia de ruptura con la unilateralidad y con la ilegalidad que promueve es sincera, a la vista de que en la sesión de investidura se ha limitado a intentar blanquear el pasado del candidato. Cataluña necesitaba un Gobierno y el final del artículo 155 y lo va a tener, pero, por lo visto en la investidura, es difícil ser optimista, y una entelequia esperar una etapa de normalización.