Cristina Cifuentes comparecerá por fin este miércoles, empujada por la oposición, para intentar aclarar el gran misterio que nos ocupa: dónde está su trabajo de fin de máster y, si me apuran, dónde está el inicio. A estas alturas, y con toda la información que todavía no ha sido desmentida, Cifuentes debió de pegarse todo el curso jugando al mus.

Resulta cuando menos patético que esté en cuestión si a un representante público le regalaron un título o si, por el contrario, se lo ganó. Si estamos ante el primer escenario, el nivel de algunos de nuestros dirigentes políticos difícilmente podría ser más lamentable. Porque al hecho ya de por sí penoso de hacer trampas para conseguir un máster, habría que añadir la gravedad de las falsedades posteriores. Nunca he entendido cómo es posible que el mentiroso no esté mucho más penalizado en la política en general y en las urnas en concreto.

Si resulta que al final Cifuentes comparece ante la Asamblea de Madrid con pruebas irrefutables de que el procedimiento fue el adecuado, lo que habrá cometido es un tropezón incomprensible en materia de comunicación, dando alas a la apariencia de mentira. La presidenta de la Comunidad de Madrid, siempre la primera para enmendarle la plana a quien se le ponga por delante, sobre todo si es del PP, ha desaparecido. Ha pasado de trabajar a la japonesa, incluso en agosto, a cogerse repentinamente unas vacaciones en Semana Santa. Recogimiento total. Ha pasado de presumir de transparencia y criticar la relación del PP con los medios de comunicación, a aparecerse en plasma para anunciar querellas contra periodistas. En el PP todavía hay quien confía en el golpe de efecto de Cifuentes, cuando responda ante los ciudadanos en la Asamblea de Madrid. Confían no tanto por afecto hacia la presidenta, sino porque se juegan el presente y el futuro del PP autonómico, que está hecho trizas por culpa de la corrupción. Sin embargo, aunque lograra salir indemne de esta situación tan rocambolesca, el fuego amigo nunca se detiene. En la sede central del partido hay quien dice que son las consecuencias de pasarse de lista. «Quien a hierro mata, a hierro muere», señalan.

Y si hay alguien dentro del partido que ha decidido que Cifuentes no puede suceder a Rajoy, lo del máster se quedará pequeño al lado de que lo que le espera. Tendría su aquel que, con todo lo que ha tenido que capear por culpa de los corruptos madrileños, ella se vea superada por un notable que no fue.

*Periodista