Casi 50 millones de viajeros ha transportado el tranvía de Zaragoza en el primer año de la línea 1, lo que justifica que se haya convertido en referente internacional por el que se han interesado 150 ciudades de 55 países distintos. Es, sin duda, el mejor sistema de transporte público para nuestra ciudad, pero dejará de serlo si la empresa que lo gestiona sigue racaneando el servicio e ignorando el ritmo de una ciudad que se pretende moderna y cosmopolita, y las necesidades de unos ciudadanos que cada día que pasa reivindican con más fuerza los viejos autobuses. Esta discrepancia, la misma que sufrieron los berlineses en los años 20 cuando Berlín estrenó el primer tranvía, debería estar superada y, sin embargo, se agudiza. Domingo de Ramos, los zaragozanos se echan a la calle a disfrutar del primer día de una semana que el ayuntamiento prescribe de interés turístico internacional. La frecuencia del tranvía es de 15 minutos y los usuarios, que copan las paradas, aparcan su civismo para convertirse en hordas que impiden la subida de sillas de ruedas y cochecitos de bebés: hasta tres cuartos de hora para acceder a un tranvía con personas que no pueden valerse por sí mismas. "Y pensar que hay una reglamentación para que los animales viajen de manera confortable en los camiones que los llevan al matadero", se lamenta un usuario que teme por la integridad física de la persona mayor a la que conduce en silla de ruedas y al que recriminan su afán por subir al tranvía en estas circunstancias. Malo. Periodista