«Son tos güeyos dos tinteiros, tu nariz pruma cortada, tus dientis, letra menuda, tu boca, carta ciarrada». Estas coplas podían perfectamente corresponder, por su métrica y temática, a cualquiera de las que son cantadas por los mayos a sus mayas en la sierra de Albarracín, durante el mes de mayo, a partir de la noche de «30 del abril cumplido». Época en que la primavera ha vuelto a reverdecer los campos, y los jóvenes volvían con sus rebaños de los lejanos pastos bajos al primigenio hogar en la tierra alta. Mas los anteriores versos compuestos para ser cantados, no pertenecen al folclore aragonés, sino al de los vaqueiros de alzada, en Asturias.

Un ilustre e ilustrado hijo de aquellas norteñas tierras, Gaspar de Jovellanos (1744-1811), en una de sus Cartas, ya elogiaba el trabajo de los vaqueiros de alzada, habitantes de las montañas marítimas del Principado de Asturias, cerca del confín con Galicia. Estos vaqueros, se llamaban así (de alzada) porque su residencia -en brañas de no más de 50 hogares- no era fija, «sino que alzan su morada y residencia y emigran anualmente con sus familias y ganados en busca de las montañas altas de León y sus ricas yerbas». El día de su partida (o alzada) se fijaba a partir del 8 de mayo, día de San Miguel, y el de la vuelta, para el segundo de los días que a la celebración de San Miguel arcángel tiene reservado el calendario litúrgico: el 29 de septiembre.

Mayo es, por lo tanto, un mes trashumante por cuanto es en este tiempo cuando se manifiesta en todo su esplendor la primavera, y los campos trocan el color de su tez, pasando del ocre al verde de los pastos y de las hojas de los árboles que rebrotan. La llegada de mayo era así la esperada señal para el inicio de la trashumancia, la cual daba oficial comienzo al octavo de sus días, festividad del arcángel san Miguel -como antes se ha señalado- invocado por los pastores por su carácter guerrero contra el mal y, en este caso, también como protector de los rebaños contra las enfermedades y los ataques de los lobos. Por eso en Aragón, en la localidad de Tauste que tiene a san Miguel de mayo como su patrón, se celebra su fiesta con una trashumancia urbana.

Asimismo, los monumentos florales que es costumbre colocar en diversas ciudades y pueblos de España durante el mes, conocidos como «Cruces de mayo», entroncarían con las fiestas Lemuria, que en la antigua Roma se celebraban entre el 9 y el 14 de mayo. En ellas se realizaban ritos para ahuyentar todo tipo de maleficios sobre los ganados, los pastos y las cosechas, consistentes en ofrendar a los dioses, invocando su protección, ramos de flores y gavillas con los primeros brotes de cereal.

Por lo demás, la intensa relación entre el folclore de los mayos y la trashumancia, se ejemplifica también en Israel, la «nación de reyes pastores» que (ya en el siglo X a. C.) tuvo en su más destacado soberano -el rey Salomón- al primer cantor de mayos, tenor de coplas como esta: «Son tus dientes como hato de ovejas trasquiladas que vienen de bañarse; tu cuello como torre de David, tus pechos como dos cabritos mellizos». Parecería como si Salomón hubiese compuesto estos sus versos, en la Sierra de Albarracín.

*Historiador y periodista