E l Congreso ya está cerrado por vacaciones. La ausencia de mayorías absolutas y la fragmentación de la Cámara prometían una mayor actividad legislativa en estos meses de legislatura, pero no ha sido así. Del centenar largo de proposiciones y proyectos de ley presentados solo han salido adelante un puñado: la nueva normativa para autónomos, el techo de gasto, otro método de selección de la cúpula de TVE y poco más. ¡Ah, sí!, no hay que olvidar que ya no se puede ir a las urnas en Navidad. Al parecer, la regeneración democrática, tema que dominó todos los discursos electorales, puede esperar, enredada entre las poco productivas comisiones de investigación y el aplazamiento de acuerdos sobre reformas constitucionales.

Sí ha quedado claro que la transversalidad política que se pregonaba aún no existe y siguen vigentes, con sus matices, esos dos bloques ideológicos que diferencian la derecha (más neoliberal que liberal a secas) y la izquierda redistributiva. Al menos se ha evaporado la ilusión falsamente centrista de una gran coalición, que se ha comprobado innecesaria. El (¿nuevo?) PSOE, por primera vez en el plano estatal, ha girado la cabeza a su izquierda y ha entendido que no llegará a gobernar sin contar con Podemos. Mientras, el continuo desdén del PP no desanima a Albert Rivera, convencido de que con las migajas del propio desgaste de los populares por sus «asuntos» acabará llenando su morral de pan en forma de votos.

Pero las cosas en realidad están donde siempre: en los pactos económicos con los partidos autonómicos, tratos que ora huelen a chantaje o traición ora están barnizados de estabilidad, responsabilidad y gobernabilidad. Todo muy rimbombante. Ciudadanos, adalides de la lucha por la igualdad de todos y cada uno de los españoles con un discurso más recentralizador que el del propio PP, miró para otro lado mientras Rajoy firmaba el cheque de 1.400 millones -y los que vendrán- para Euskadi. Nota: hace un año, Aitor Esteban decía que el sí del PNV no dependería «de una partida presupuestaria aquí o una competencia allá». Por supuesto.

Mientras, el canario Pedro Quevedo, que votó en contra de la investidura y del techo de gasto, se ha convertido en bisagra clave después de cifrar en 500 millones su cambio de parecer (al final veremos AVE en Canarias). Con todo, la mejor prueba de que todo discurre como ha hecho toda la vida está en Aragón. Gobierne quien gobierne aquí pintamos poco. O nada. H *Periodista