Las elecciones andaluzas han dejado al bipartidismo tocado, pero ni mucho menos hundido. Sigue habiendo dos conglomerados electorales muy mayoritarios que se aferran a las siglas de siempre y a la ideología que destilan, incluso con las cargas que se han echado a la espalda en el uso del poder. Juntos forman un gran bloque en el que sus respectivos votantes están dispuestos a perdonar las irregularidades, corruptelas, corrupciones y hasta delitos que salpican a los suyos con tal de que no los puedan ejecutar los otros. No se busca -con la prevención del riesgo a lo desconocido- la hipotética limpieza en la gestión, se prefiere apostar por lo propio aunque se sea consciente de que necesita un programa largo de lavado. Como mucho, los saltos en el vacío se han reservado en el ámbito nacional -y pocas veces-- a otorgar mayorías absolutas al que estaba en la oposición, como castigo al que detentaba el poder. Y vuelta a empezar. En la alternancia se enquistó la conciencia de que, en el peor de los casos, en un par de legislaturas se volvía al palmito. No hacía falta renovarse, solo esperar. El trazo grueso sigue siendo el mismo tras el 22-M, aunque asoman la patita nuevos actores que no deciden, pero pueden. En el sur, la escisión de la derecha con márketing de centro hace saltar las alarmas por primera vez. En las próximas municipales y autonómicas se verá si en el sector de enfrente el movimiento del cambio recoge la fuerza que aparenta. El tendido juzgará a finales de año, en las generales, con la faena que haya visto. Periodista