Parece evidente que la inmensa mayoría de la atribulada sociedad española, al menos así se deduce por lo que se publica en medios de comunicación y redes sociales, está indignada, enfadada y airada por la asombrosa sentencia que un tribunal de Pamplona ha dictado sobre la violación, yo al menos sí estimo que lo fue, de una joven de dieciocho años por una turba de cinco salvajes borrachos durante las fiestas de San Fermín.

Los tres jueces, tras visionar un vídeo que nadie más salvo abogados y fiscales han visto, concluyen que han quedado probados varios hechos en los que se produjo intimidación, prevalencia, abuso de fuerza y acoso por parte de esa cinco «joyas» hacia la víctima. Pese ello, la sentencia del tribunal califica semejante barbaridad como abuso y no como violación, pero además lo hace por mayoría de 2 a 1, pues el tercer juez emitió un voto particular en el que pidió la absolución de los cinco bárbaros, al lo que cree inocentes. Por su parte, con las mismas pruebas, el mismo vídeo y la misma narración de los hechos, la fiscalía sí consideraba que había habido violación y pedía 22 años de cárcel para los acusados.

Una vez publicada la sentencia han sido miles las voces que se han alzado en contra de la misma, aunque unas cuantas las que han pedido respeto y acatamiento para esa resolución judicial, que admite recurso a instancias superiores.

Pues bien, leída una buena parte de la sentencia, escuchado el relato de los jueces y ante los hechos probados, no encuentro ningún argumento para respetar ni a la sentencia ni a ninguno de los tres magistrados que la han dictado, y mucho menos al juez que con un lenguaje soez, impertinente y ofensivo para la víctima solicitaba la puesta en libertad del tal «Prenda» y los otro cuatro energúmenos que lo acompañaban en semejante infamia.

Yo no sé si, como afirma y ratifica el ministro Catalá, ese juez de aspecto descuidado tiene problemas peculiares, pero lo que dicta el sentido común en que un tipo que se manifiesta de esa manera desde la silla de un tribunal de Justicia no parece capacitado para ejercer el noble y responsable cargo de juzgar a un semejante.

Y además, lamento que todos sus colegas de toga y puñetas hayan salido en tromba a defender, sin más argumentos que la apelación a la independencia de los jueces, a semejante colega. Aunque esto suele ser lo normal en un país donde el corporativismo, el silencio y el amiguismo son norma habitual de comportamiento en muchos colectivos; entre los jueces, también.

*Escritor e historiador