Donald Trump se vanagloria de ser el presidente que más promesas electorales ha cumplido en sus primeras semanas en la Casa Blanca. La realidad, por el contrario, demuestra que es el primer presidente que ha causado el mayor número de estropicios en un tiempo inaugural tan breve. Trump gobierna como si aún estuviera en campaña. Lo hace para dar satisfacción a aquella parte del electorado que le aupó -las clases medias y bajas empobrecidas, mayoritariamente blancas y de una cierta edad- y a los plutócratas como él mismo. Trump no actúa como el presidente de EEUU, de todo el país. Lo hace como el gobernante solo de una parte.

A los primeros, con el eslogan Estados Unidos primero les ha prometido trabajo y prosperidad a costa de dinamitar, por ejemplo, las relaciones con el vecino México. A los segundos les ha regalado el retorno a la barra libre del capitalismo que Barack Obama había atajado imponiendo controles que impidieran abusos como los que llevaron a la crisis financiera iniciada en el 2007, cuyos efectos aún seguimos padeciendo todos.

Sin embargo, en este mes escaso Trump ha descubierto que el poder, incluso el suyo, tiene límites. Se los impuso primero la jueza que paralizó la orden presidencial por la que se prohibía la entrada en el país a ciudadanos de determinados países de mayoría musulmana, y después un tribunal de apelación mantuvo el freno para estudiar la constitucionalidad de la medida. Y la dimisión del extremista Michael Flynn como asesor de seguridad nacional ha puesto al descubierto la desconfianza máxima que reina en los servicios de inteligencia sobre la nueva presidencia y revela un hecho de gravedad como es la opacidad en las relaciones con el Kremlin. No se pueden romper de la noche a la mañana relaciones que configuran la política exterior del país. Tras su flirteo inicial con Taiwán, Trump ha acabado doblegándose ante el gigante asiático al admitir ante Xi Jinping que EEUU seguirá manteniendo la política de una sola China.

Detrás de tanto estropicio está una camarilla de personajes sin escrúpulos, encabezada por el ultra Steve Bannon, que se han apoderado de la Casa Blanca con una ideología centrada en la islamofobia y un nacionalismo radical. Los EEUU de Trump son una amenaza para el propio país, pero también lo son para el mundo.