Trump tiene un sueño: conquistar el mercado espacial. Primero, regresando a la Luna. Y es que después de 45 años desde el último viaje, es tiempo para plantearse el regreso, con un objetivo más claro que el de volver a plantar una banderita yanqui en suelo lunar. Más allá del márketing político, lo que interesa es el montaje de una base lunar desde la que abordar el aterrizaje en Marte, un planeta que serviría de vía de escape, en el caso de que la Tierra tuviera un final infeliz. Pero, lo más relevante, alcanzar de nuevo el liderazgo de los 60, ese que en plena Guerra Fría estaba en manos de los EEUU, gracias al hito geopolítico que supuso llevar la voz cantante en la carrera espacial. Sin embargo, el objetivo es bien distinto ahora. No es tanto demostrar poderío militar sino hacerse con una cuota de mercado muy golosa, todavía por repartir. Apoderarse de las nuevas oportunidades comerciales que surgirán en el espacio, controlar la explotación de los recursos económicos, y garantizar un puesto destacado a las empresas privadas estadounidenses, en un momento en el que la competencia con otras potencias mundiales como Rusia, Europa, Japón o China y con algunas iniciativas privadas de vuelos turísticos a la Luna, es un hecho. Cierto es que en 1967 se firmó la Directiva del Espacio Exterior que prohíbe la explotación unilateral y privada de los recursos espaciales, pero a un hombre que se salta reiteradamente los tratados internacionales, no le costará nada hacer de su capa un sallo en el espacio. Ojo con el sueño lunar del trumposo, Habrá que empezar a cercarlo.

*Periodista y profesora de universidad