Sale muy tocado Natxo González de Huesca. Mucho. Casi tanto como la moral de un zaragocismo que pierde la ilusión a pasos agigantados. Porque se había entregado en cuerpo y alma a un entrenador con las ideas claras, un manual de estilo definido y mucha piedra picada. Un currante valiente que consiguió devolver la esperanza a una afición ávida de líderes, referencias y fe. Natxo, seguramente el entrenador más capaz de los que han pasado por la Romareda en los últimos años, lo había logrado. No había resultados pero imperaban las sensaciones y, con ellas, el sueño con un futuro mejor. Nada que ver con el pasado reciente. Nada. Ni rastro de aquellas pérdidas de papeles de sus predecesores ni de esas caídas en picado de crédito. Ni hablar.

Pero Natxo parece haber sido también víctima de ese cierzo implacable que enajena a los inquilinos del banquillo zaragocista. No sólo fue el repaso de un Huesca hercúleo y poderoso. No fue solo la derrota. No fue solo la imagen de pelele en manos de un gigante. No fue solo la elección de un once tan incompresible como algunos de los cambios y el momento elegido para hacerlos. No fue solo todo eso, no. Lo peor es que no fue la primera vez.

Veníamos avisando de que la respuesta desde el banquillo no venía siendo la adecuada en casa, escenario demasiado propicio para la cosecha del huésped. El modelo elegido por el técnico vasco no funciona en la Romareda, de donde se han esfumado demasiados puntos ante rivales menores. Natxo debía reaccionar pero, lejos de eso, ha sufrido una involución similar a la del equipo. Y ya no hay cobijo en las sensaciones ni en la embustera racha de seis partidos sin perder. Nada de eso existe ya. Se acabó.

Natxo abandonó el Alcoraz pidiendo disculpas y asumiendo errores. Y eso le honra. Pero tiene ante sí un reto supino, el mayor de su carrera: rescatar todo aquello que trajo y que se esfuma peligrosamente. Incluido su crédito. Y eso pasa por desterrar la cobardía y acabar con el adefesio que es el Zaragoza actual y recuperar aquella escuadra reconocible porque, al fin, tenía identidad.

El Huesca es un equipazo, un ejército bien armado y aleccionado. Es el mejor equipo de la categoría actualmente y un firme candidato al ascenso. Sin duda. Fue mejor en todo que un Zaragoza que en la segunda parte no pasó de mediocampo hasta el último cuarto de hora. Entre otras cosas, porque Natxo apostó por un once con demasiados futbolistas lejos de su mejor forma. Bien por inactividad, como Ros o Benito, o porque hace tiempo que no están, como Buff o Toquero. Demasiada ventaja para un rival en estado de gracia. Tampoco se entiende, a tenor de lo anterior, prescindir de Eguaras o insistir con Alain e incluso con Guti. El chaval es un descubrimiento, sí, pero ponerlo siempre y en posiciones distintas no le hace demasiado favor.

Quizá no. Tal vez Natxo sea diferente y no haya perdido el norte, como le pasó a los otros. Del uso que dé ahora a su cabeza depende gran parte del futuro. Puede que también el suyo.