La temporada turística en Aragón ha sido hasta ahora irregular aunque todavía se espere de agosto un repunte generoso. En todo caso, hay pocas reservas y las casas de turismo rural sólo están logrando unos niveles de ocupación que no superan el cincuenta por ciento. No es ésta una situación que afecte solamente a nuestra comunidad, pero ello apenas sirve de consuelo. La diversificación económica en esta región tiene en el turismo un terreno que a priori se juzgaba prometedor y es preciso investigar por qué las cosas no acaban de ir como se esperaba.

Es seguro que tanto los hoteles tradicionales como las casas de turismo rural sufren las consecuencias de la proliferación de las segundas residencias. Pero también gravitan sobre ellos sus propias limitaciones (profesionalidad, servicio, instalaciones, decoración) y las que se derivan de la creciente pérdida de valores paisajísticos y medioambientales que se viene produciendo en buena parte de nuestras montañas. Veranear en un valle agobiado por las urbanizaciones o en una zona atacada por grandes infraestructuras no es lo que buscan los turistas de interior . Si la oferta aragonesa no incluye encanto, patrimonio y naturaleza, fracasará. Hagámonos a la idea.