Esta es tierra particularmente sensible a los récords. Será porque ayudan a cerrar un espacio de común orgullo, una sensación de unión unánime susceptible de ser rentabilizada políticamente. En algunos momentos todos somos Nadal o Gasol, aunque solo suyos sean el talento y el esfuerzo. Ocurre en todas las facetas en las que somos punteros, incluida la del turismo, claro, donde España batió su propia marca en visitas turísticas en el 2016 y espera mejorarla este año, confirmando que en competitividad es el mejor país del mundo para ser visitado. ¡Olé!. ¡Qué grandes!

Pero superado el golpe de orgullo patrio que regalan las cifras, no está de más analizar que no todo son los recursos naturales, los bienes culturales o la hospitalidad. Una cosa es la cantidad y otra una calidad que está sujeta al cortoplacismo antes que a la planificación a larga distancia. No se puede aplazar más la lucha contra ese limbo en el que crecen sin control los pisos turísticos, la gentrificación de las ciudades, los hoteles ilegales en las playas... En paralelo, cada vez es mayor la precariedad laboral sobre la que se asienta el aumento de los beneficios. El empleo en los hoteles es el mismo que en el 2008, según el INE, mientras las pernoctaciones han aumentado un 20% y las plazas hoteleras un 8,77%.

Apoyar casi todo el peso de nuestra recuperación sobre el turismo nos retrotrae al desarrollismo de los sesenta, con Alfredo Landa corriendo detrás de las suecas. La ambición y la patada a seguir marcan la pauta de unas políticas erráticas. Porque también tenemos la mejor marca europea en horas de sol y sin embargo, en los últimos diez años, se ha producido un enorme retroceso en lo relativo al uso de energías renovables, apartado ligado al problema del cambio climático, que el 85% de los españoles encuentra muy preocupante. Quizá el escepticismo del primo de Rajoy haya ayudado a que hoy seamos, de manera vergonzosa, el penúltimo país europeo en avances y legislaciones en esta materia. ¡Uyyyyy! Casi otro récord.

El Gobierno solo tiene ojos para ese estimativo dato de crecimiento macroeconómico del 3,1% que el FMI ratifica, eso sí, a condición de subir el IVA, congelar pensiones y bajar salarios... Su economista Andrea Schaechter ha advertido de que, «aunque no esté en su cultura», España debe hacer un esfuerzo para «ajustar las medidas a unos objetivos». Menos mal que de momento, a pesar de Cristina Cifuentes, nos dejan irnos de vacaciones. H *Periodista.