Se afirma, con mucha razón, que los niños son como esponjas, capaces de absorber de inmediato cuanta información existe en todo lo que les rodea; con mayor motivo, asimilan con más firmeza aquello que supone un estímulo particularmente dirigido a ellos, como las narraciones y cuentos infantiles, de tal forma que ya desde la más tierna edad, el infante tiende a consolidar el papel que tales relatos le asignan. El guión para las niñas está perfectamente determinado: solo les cabe esperar pasiva y pacientemente la llegada del príncipe azul, a quien, eso sí, podrán liberar con un beso de su embozo de sapo. Desde tiempos inmemoriales se ha forjado así, página a página, cuento a cuento, la subordinación femenina al valiente y arrojado macho, único personaje capaz de encarnar los primordiales valores humanos ajenos a la maternidad y a otras funciones típicamente reservadas para la mujer. Por fin, asistimos a iniciativas que pretenden cambiar tan infortunado escenario: no solo afloran en los nuevos cuentos chicas que, en lugar de jugar con muñecas, aspiran a ser astronautas o a dirigir grandes empresas, desapareciendo los atavismos que minimizan o soslayan el talento de la mujer relegándola a un papel secundario, sino que también comparece la perspectiva complementaria: los varones tienen y expresan sentimientos, son capaces de llorar, cuidar de los bebés y compartir las tareas domésticas. Tal vez pueda parecer un pasito insignificante en pro de la plena igualdad de género, aún pendiente según la crónica cotidiana de sucesos, pero a ese idílico objetivo no ha de llegarse a golpe de decreto, sino a través de una rotunda convicción social, y esta se alcanza merced a este tipo de intervenciones, tanto más eficaces en cuanto que inciden prontamente en la formación de los niños.H *Escritora