El calentamiento de la Tierra, la desaparición de glaciares, el aumento del nivel de los océanos y sequías e inundaciones son algunas muestras inequívocas del cambio climático, consecuencia del aumento de emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI).

A nivel mundial, el CO2 (anhídrido carbónico) representa el 77% de los GEI. La producción de electricidad, transporte, industria y deforestación (de bosques que captan el CO2) son las principales fuentes de su producción. El CH4 (metano) representa un 14% y el N2O (óxido nitroso) el 8% restante. La agricultura, incluyendo el cambio de uso de la tierra para cría de ganado y producción de cereales, es la principal fuente de CH4 y N2O. Se originan en la fermentación del estiércol, la entérica de los rumiantes y el uso de fertilizantes nitrogenados.

Según la FAO, un 30% de las emisiones de GEI se originan en la agricultura, y entre un 60% a 80% de estas en la ganadería. La cría de animales ocupa aproximadamente el 70% de las tierras dedicadas a la agricultura y consume un 35% de la producción mundial de granos que se dedican a la alimentación animal.

Un reciente y gigantesco estudio publicado en la revista Science (DOI: 10.1126/science.aaq0216) evaluó el impacto ambiental de la producción alimentaria, utilizando la información de 38.700 granjas en 119 países, sobre 40 productos alimentarios que representan un 90% de todo lo que se ingiere. El estudio revela que mientras la carne y los productos lácteos aportan solo un 18% de las calorías y un 37% de las proteínas, usan el 83% las tierras, son responsables de un 90% de la escasez de agua para consumo y producen un 60% de las emisiones de GEI originadas en la agricultura. La conclusión es dramática: evitar el consumo de carne y productos lácteos es la más importante medida para reducir el impacto del cambio climático sobre nuestro planeta y mejorar nuestra salud.

El consumo de carne es más de cinco veces superior en los países desarrollados (224 gramos por persona/día) que en los países en desarrollo (47 gramos por persona/día). La FAO estima que, si no hay cambios drásticos, la producción de carne del 2001 al 2050 se duplicará. En el 2014 había en España 29,2 millones de cerdos censados, un millón más que el año anterior. Los expertos recomiendan un consumo máximo de carnes rojas (vaca, cerdo, oveja) de 70 gramos por persona/día. En España, según la Encuesta Nacional Alimentaria (ENIDE 2011), la media de consumo de carne roja y productos cárnicos, sin incluir aves, es de 116 gramos por día. El exceso de consumo de carnes y productos de origen animal es una característica de la dieta de tipo occidental. Existe una sólida evidencia científica que demuestra que respecto a una dieta a base de alimentos vegetales (como la mediterránea o vegetariana) comporta un mayor riesgo de obesidad, de diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer (colon y recto y probablemente esófago, estómago y mama).

El autor del estudio publicado en Science afirma que para producir un cambio radical es absolutamente necesaria una política de subsidios para alimentos sostenibles y saludables, como las frutas y vegetales, y de impuestos para la carne y productos lácteos.

LA OMS, en un informe del 2015 sobre Políticas fiscales sobre dieta y prevención de enfermedades crónicas, señala que, consistente con las enseñanzas del impuesto al tabaco que tuvo un eficaz impacto en la reducción de tabaquismo, las políticas fiscales tienen un enorme potencial para la promoción de una dieta más saludable. Destaca el ejemplo del impuesto a las bebidas azucaradas, el potencial efecto de impuestos a alimentos muy ricos en grasas saturadas, ácidos grasos trans, sal y los subsidios para frutas frescas y vegetales. El aumento de los precios beneficiarán principalmente a poblaciones más vulnerables, de más bajo poder adquisitivo y más jóvenes, y con mayor riesgo de obesidad.

Un impuesto del 40% a la carne y del 20% a la leche llevaría a una crucial reducción en las emisiones de GEI y a salvar medio millón de vidas, por una dieta más saludable, especialmente en Europa, EEUU, Australia y China. Si no se hacen cambios radicales en nuestro modelo alimentario, no hay probabilidad de estabilizar o reducir la temperatura medioambiental ni detener el crecimiento de las enfermedades crónicas. Las instituciones gubernamentales, organizaciones políticas y sociales tienen en sus manos las herramientas necesarias para efectivizar esos cambios.

*Experto en Nutrición y Cáncer del ICO