Recibo desde Madrid, una especie de invitación consistente en participar en la reunión de tantos descontentos como hay, para formar un grupo político que de momento, probaría sus fuerzas en las próximas elecciones municipales y de salir la cosa como confían, podrían darle forma de partido, "hartos como estamos, dicen, de las élites que ocupan hoy, gobiernos y oposiciones".

Realmente, esas sugerencias más que modalidades innovadoras de la vida política, responden al modo ordinario de promover iniciativas de tal clase. En una vieja taberna de Madrid, en una bocacalle de la de Preciados, se conserva expuesta, una placa recordando que allí se fundó en torno a Pablo Iglesias, a finales del XIX, el Partido Socialista Obrero Español; el PAR nació en casa de los Alvo.

Esta carta era de las que se suelen enviar a mucha gente como resulta lógico en empeños de esa naturaleza, explicando que, siendo tan general el descontento, parece indispensable concurrir a la vida pública de manera inmediata,tan inmediata que lo primero, leo en el escrito, "es agruparnos, que luego ya habrá tiempo de elaborar un programa y someterlo a debate en un con-

greso que se celebraría tras las próximas elecciones locales".

Observo que la sugerencia recibida, equivaldría a poner el carro delante de los bueyes y a pasar por alto que el descontento afecta a personas de muy diferentes ideas. Opino que antes de presentar candidaturas, habría que elaborar y aprobar el programa que se obligarían a defender y a ejecutar los que fueran elegidos. "Dejar para luego el programa", sería participar a la ciega y además, los electores tienen derecho a saber qué ideas irían a predicarse.

El descontento político puede ser un virus o una vitamina. Julián Marías escribió que el descontento es la forma normal e inevitable de la vida humana, un elemento constitutivo del hombre (y de la mujer), situado en el mundo. Y su maestro Ortega iba más lejos, afirmando que lo más valioso del ser humano, "es su eterno y como divino descontento; descontento que es una especie de amor sin amado y un como dolor que sentimos en miembros que no tenemos. El hombre es el único ser que echa de menos lo que nunca ha tenido. Y el conjunto de lo que echamos de menos sin haberlo tenido nunca, es lo que llamamos felicidad". Casi nada

Social y políticamente, echamos de menos lo que siempre deberíamos buscar y lo que es probable que nunca hallemos en plenitud, esto es, la convivencia y el entendimiento "con los otros" que encima, más de una vez, no sabemos con certeza quiénes sean. Siempre habrá más de dos maneras de ver y operar en política y pese

al descontento que cada uno lleve a cuestas, es ingenuo esperar que los descontentos de hoy (tan divididos, por cierto) aportasen entre ricos paños, la fórmula magistral que nos propiciara convivencia, entendimiento y progreso para todos, según necesidades y méritos.

El descontento, insisto, es un elemento inseparable de la política, ahora agravado por la crisis económica que todavía no hemos superado y que tantas situaciones dolorosas provoca; tratémosle con atención y delicadeza.

La política, como la publicidad y tantísimos acontecimientos humanos, vive repitiéndose con leves novedades aportadas por el ingenio de los recién llegados o por la técnica que está siendo un factor notable en este siglo; los que vienen detrás no son semidioses sino personas con deseos naturales de ejercer la política que soñaron, no sólo de disfrutarla y de sufrirla sino de intentar que se haga mejor o de que sean otros que no piensen como ellos, lo que padezcan sus efectos negativos.

He leído aquella carta con sincera atención pero aún dando por buena la voluntad de su remitente, no encontré en ella, nada nuevo; no deberíamos engañarnos ni siquiera de buena fe como puede ser el caso, sino esforzarnos en mejorar lo existente, admitiendo desde luego, que hace falta perfeccionarlo pero no ensayar cada poco, una fórmula política de nueva planta; amanece cada día pero el mundo empezó hace millones de años, cada día no amanece un mundo nuevo.