Bajo el título de "Aragón y su exitoso modelo audiovisual" acabo de leer en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN un merecido elogio al ente público de TVA: "Frente a los dispendios de Canal 9, otras enseñas autonómicas, sobre todo las denominadas de segunda generación, han sabido corregir errores, gastar menos y obtener buenos resultados de audiencia, penetración y reconocimiento, como es el caso de Aragón".

No me duelen prendas y no voy a restar méritos a nuestra televisión autonómica, faltaría más. Pero hechas las salvas entre nosotros aquí y después de la ovación a la que me sumo --igual que a la crítica al despropósito de allí,¡xe!-- no tengo más remedio que morder el dedo que me han puesto en la boca mis compañeros de acá en el último párrafo del editorial de referencia: "No por repetido --leo-- es cierto el sonsonete de que solo las comunidades con segundas lenguas propias han de destinar recursos públicos a un ente televisivo. En el fondo, la Ley del Tercer Canal de 1983 ya dejaba clara la función de servicio público en general, y de servicio cultural en particular, que debían cumplir las autonómicas. Y Aragón tiene el mismo derecho que catalanes, vascos o gallegos a contar con su propia cadena, cuando cumple con el espíritu de esa ley con una eficacia envidiada por otros territorios"

En este mismo diario y en el mismo día se informa, por cierto, de la defensa que hace un eurodiputado francés de las lenguas propias aragonesas contra el adefesio de la última ley de lenguas aragonesa . La aprobación de esa ley hace seis meses ante el silencio de la mayoría y la indignación de unos pocos aragoneses puso Aragón en el mapa, es verdad, y en ridículo también por desgracia. Fue un esperpento celebrado por vecinos y extraños con una carcajada universal, y un error mayúsculo que pudo ahorrarnos aquí nuestro gobierno con un mínimo esfuerzo de tener un grano de sentido común. No obstante, con la que está cayendo, reconozco que este es es un tema menor en el que no entraría de no ser por aquello del dedo en la boca que es para morder.

¿Qué es lo que nos pasa, compañeros, amigos, conciudadanos y paisanos de esta tierra surrealista, terca y tiesa, que persiste contra el cierzo, que aguanta bajo un sol de justicia que cae a capazos, que cierra los ojos a la luz del día y castiga en su propio cuerpo su propia lengua, esa cosa, ese bochorno que no puede ser catalán si es aragonés y no puede ser aragonés si es catalán?

¿Por qué ese modelo exitoso de comunicación, ese ente aragonés, esa pantalla y esa voz, no da la cara y se muestra aragonesa de verdad incluyendo a la periferia? ¿Por qué habla solo desde el centro y como se habla en el centro y siempre solo en en castellano? ¿No tenemos el mismo derecho que vascos, gallegos y catalanes? Vamos, ya sé que no hay que exagerar y que el castellano todos lo entendemos. Por tanto ese es el medio común, el español que todos entendemos si queremos entendernos en España. Y el uso de esa lengua española debiera ser el ordinario; pero eso que es normal deja de serlo cuando no se tolera el uso de las lenguas vernáculas en su propio ámbito, no se reconoce su nombre propio en su propia tierra y se desprecia su presencia en público no importa donde ni cuando a la vez que se alaba con mayor fortuna al ansotano que viste y calza como en su pueblo y a la "dona de faldetes" que tampoco viste ya como hoy visten en Fraga. El aragonés y el catalán son lenguas aragonesas que brillan por su ausencia en Aragón y en todos los medios de comunicación aragoneses.

Más que gigantes, los aragoneses parecemos así cabezudos. No solo los nacidos aquí, sino también y sobre todo los aragoneses de adopción o de elección: los venidos a voluntad y siempre bienvenidos y celebrados aquí --¡que majos!-- con tal que besen el santo. En cambio todo el que introduce una fisura --diferencia, quiero decir-- y no encaja en la columna de una identidad sustancial, si no es polaco es catalán y si parece catalán ya no puede ser aragonés. Aragón es una tierra abierta físicamente. Y en tal sentido tierra de paso, aunque más inclinada al mar y cuesta arriba hacia Castilla. Pero el pueblo más que franco y abierto, más que una encrucijada cultural parece a veces una cruz y el poyo donde quedarse en sus trece: aquí, abrazado a la columna. Vamos, que no se mueve. El rechazo del catalán es un tema menor, y un síntoma de lo peor. No es la lengua, el problema es la intolerancia y la convivencia con los vecinos. Filósofo