Ha sido un jugoso tema de tertulias. El cotilleo amarillo dedicado a una pelea entre reinas por unas fotos con las infantas unido al debate intelectual sobre el futuro de la monarquía. La realeza casa mal con la razón. Otorgar títulos institucionales y sueldos públicos de por vida por un accidente hereditario es algo parecido a reservar un espacio para caballos en el zoológico político y asegurar que proceden de un linaje de unicornios. El simbolismo frente a la lógica.

Reminiscencias de un poder ancestral más próximo al pensamiento mágico que a la realidad. Al fin, cada país con corona modela la monarquía a su antojo.

No deja de ser curioso leer los análisis de tantos que han considerado la discusión entre Sofía y Letizia como una inadmisible falta de protocolo. En el fondo, una reivindicación del unicornio. Ya que no vemos el cuerno, al menos, exijamos que se comporten como tales. Nada de veleidades mortales.

Otra cosa es especular sobre cómo se hubiera acogido la discusión si hubiera sido protagonizada entre Juan Carlos I y Felipe VI. ¿Las críticas habrían tomado la misma intensidad, la misma deriva y la culpa se habría decantado hacia el mismo lado?

¿El color predominante en los análisis habría sido el rosa familiar, el amarillo del reproche o el marrón del poder? Por cierto, ¿existían unicornios hembras? En realidad, no se perdona la visión de los herrajes que ponga en duda la leyenda.

*Escritora