La unidad política del viejo continente ha sido un anhelo largamente soñado por los europeístas. En este sentido, en mayo de 1930, el político francés Arístides Briand presentó ante la Sociedad de Naciones un Memorando sobre la organización de un sistema de Unión Federal Europea, el cual, pese a que la Gran Depresión y el auge del nazismo impidieron su desarrollo en los años posteriores, sentó las bases de la articulación política de las naciones europeas. El proyecto de Briand suponía, tras el trauma que supuso la I Guerra Mundial, un intento sincero por parte de la burguesía democrática por fomentar una política pacifista en Europa que favoreciese la armonía continental y, por supuesto, el desarrollo económico de las naciones adheridas al mismo. Además, significaba el embrión de una Constitución europea en la que, inicialmente, se proponía la crear instituciones federales comunes tales como la Conferencia Europea (órgano de carácter deliberativo y representativo), un Comité Político permanente (órgano ejecutivo) y una Secretaría, organismos que, gradualmente, debían convertirse en el Parlamento, el Gobierno y las oficinas de la Europa federada, de los Estados Unidos de Europa, una Europa de la que, de entrada, se excluía a la URSS y a Turquía.

El proyecto de la Unión Federal Europea (UFE), además de la derecha democrática, contó con el apoyo de los partidos socialistas del continente, tanto en cuanto suponía una vía para evitar guerras y, a la vez, crear lazos orgánicos entre las naciones. No obstante, Léon Blum, el histórico dirigente del socialismo francés, advertía a los europeístas que el proyecto federal sería inviable si se mantenían las soberanías nacionales tal y como pretendía Briand, dado que, de este modo, los instituciones federales quedaban desprovistas de todos los poderes ejecutivos y, consecuentemente, de su eficacia. La cuestión de la cesión de soberanía y la superación de los estrechos nacionalismos era esencial pues, como señalaba Blum, "la soberanía de los organismos federados se componen de la desmembración de esas soberanías secundarias (nacionales)", razón por la cual recordaba la escasa eficacia de la Sociedad de Naciones para resolver conflictos dadas las reticencias nacionales a ceder soberanía, ya que, de no hacerlo, "no habrá organización real, política o económica: no habrá desarme ni pacificación ni armonía industrial". Por su parte, Èmile Vandervelde, presidente de la Internacional Obrera Socialista, manifestaba su escepticismo ante la UFE por las tensiones nacionalistas que agitaban el continente en el período de entreguerras. Por esta razón era por la que señalaba que los Estados Unidos de Europa "no serán sino un vano ensueño mientras la mitad de esta Europa se halla entregada a dictaduras y la otra mitad sea el campo cerrado de intereses de clases antagónicas" y, por ello, el ideal de la UFE sólo se logrará "luchando sin tregua por la verdadera democracia, oponiendo una resistencia inflexible a las tentativas de reacción política o económica", un mensaje que, ahora, resulta de candente actualidad.

Estos ideales de la UFE enlazan, tantos años después, con nuestro presente. Nos lo recuerda el interesante documento político titulado Hacia una Unión Federal Europea: integración monetaria y soberanía política elaborado en el año 2012 por el Grupo de opinión y reflexión en economía política Europe G, formado por un colectivo de economistas entre los que figuran Antoni Castells, Manuel Castells, Josep Oliver, Emilio Ontiveros y Martí Parellada. Entre sus conclusiones, se considera que la UFE es el paso imprescindible para salir de la crisis económica y financiera de la zona euro, alerta de los peligros de una Europa gobernada por Alemania y advierte de que si la unión monetaria no se completa con la unión política, puede producirse una fractura de la eurozona que supondría un golpe mortal, no sólo para la moneda única, sino también para la propia Unión Europea (UE). Ante el marasmo en el que parece hallarse sumido el europeísmo progresista, este documento defiende la necesidad de una integración económica y una mayor supervisión financiera para lo cual es imprescindible ceder soberanía fiscal por parte de los Estados y dotar de mayor capacidad de maniobra al Banco Central Europeo en aspectos como preservar la estabilidad de la eurozona y expandir el crédito en las economías bajo su jurisdicción.

Es momento de avanzar de forma efectiva hacia la UFE y, para ello es fundamental dotar a la UE de auténticas estructuras federales y de este modo, conseguir que el proceso de toma de decisiones pase del actual nivel intergubernamental a otro en que éstas sean adoptadas por las instituciones comunitarias, las cuales deben contar con capacidad efectiva en el terreno fiscal y presupuestario y con responsabilidad en la supervisión y regulación del sistema financiero. Igualmente, se debe avanzar hacia la creación de un verdadero Gobierno europeo con autonomía política plena y sin depender de complejas negociaciones intergubernamentales.

Por todo ello, en esta Europa nuestra, dos caminos, dos dilemas se presentan ante el futuro inmediato: o caminar hacia una mera asociación de intereses comerciales regida por lo que Federico Steinberg e Ignacio Molina definen como imposiciones de la "austeridad autoritaria germánica", o avanzar con valentía hacia una federación, hacia una nación de naciones europeas con una Constitución común y con la consiguiente renuncia a las respectivas identidades nacionales. Tal vez así, algún día será posible el sueño de Víctor Hugo según el cual "Todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea" y así, "un día vendrá en el que veremos estos dos grupos inmensos, los Estados Unidos de Europa y los Estados Unidos de América, situados en frente uno de otro, tendiéndose la manos sobre los mares".

Fundación Bernardo Aladrén