Roma ofreció su primavera a una Unión Europea otoñal. A pesar de los temores, todo fue bien. En las dos manifestaciones de los pro Europa hubo más gente de la esperada. Pero tampoco muchos, porque Europa no produce emociones. En Londres, ante la cuenta atrás del brexit, acudió mucha más gente a defender una UE hoy cuestionada desde muchos frentes.

Por primera vez desde hace 60 años, la UE no va a ampliarse sino que se va a reducir. Por primera vez los europeos tememos que nuestros hijos vivirán peor, la democracia está amenazada en algunos países y la guerra asoma a nuestras fronteras. Ante esta situación, lo peor sería convertir la conmemoración en la autocomplacencia que niega los problemas de uno de los procesos civilizatorios más importantes de la historia humana. El Papa se lo dijo a los miembros del Consejo Europeo: la UE no puede morir. En parte, de éxito, porque ha conseguido el objetivo fundamental de la paz entre los europeos. Y en parte por la debilidad de su dimensión social y no haber completado una unión política que garantice un progreso compartido y sostenible.

La UE nació para conseguir un objetivo que no podía ser mas político: unir los destinos de Francia y Alemania. Y podría simplemente dejar de existir según cual fuera el resultado de las próximas elecciones francesas. No olvidemos que el Tratado de Roma fue sobre una unión económica porque unos años antes, en 1954, no fue posible abordar directamente la unión política al rechazar Francia la creación de la Europa de la Defensa. Pero, paradójicamente, las amenazas exteriores -terrorismo, inmigración y Putin- y la contestación anti-Bruselas de los partidos populistas de derecha y de izquierda han empezado a producir un espacio de debate público a escala europea, condición indispensable para la creación de un demos europeo que sirva de base a una democracia supranacional.

Celebremos que estos días en toda Europa se haya hablado de Europa. Pero seamos conscientes de que la Declaración de Roma, firmada en la misma sala donde se firmó el tratado de la después rechazada Constitución, no puede ocultar sus profundas divisiones. Entre el norte y el sur por cuestiones ligadas a la crisis del euro. Y entre el este y el oeste por los problemas de la inmigración y el rechazo de la idea de la Europa a dos velocidades. La resistencia de Grecia y Polonia a firmar la Declaración de Roma simboliza esas divisiones.

Las horas de discusión sobre el texto han rebajado las ambiciones iniciales de aprovechar el brexit para dar un gran salto adelante. La Europa a varias velocidades ni se menciona. En cambio, se envía un mensaje a Trump recordando las ventajas del libre cambio y la necesidad de respetar los compromisos en materia de cambio climático.

Pero nada podrá hacerse para superar las divisiones intraeuropeas antes de las elecciones francesas y alemanas. Y esas elecciones están produciendo diferentes dinámicas políticas de unión y división en los partidos socialistas. En Francia, el PS está en la práctica ya escindido, porque buena parte de sus dirigentes se niegan a apoyar a Benoît Hamon, el elegido en las primarias, y se van con su rival Emmanuel Macron. Hasta el punto de que el órgano del PS que controla el proceso de las primarias ha amonestado por deslealtad a Manuel Valls por negarse a apadrinar a Hamon. Sin embargo, el exprimer ministro anunció públicamente que votará a Macron.

En cambio, en Alemania hay una extraordinaria unidad en torno al nuevo candidato, Martin Schulz, elegido presidente del partido socialdemócrata con el 100% de los votos. Un resultado a la búlgara, pero que en realidad refleja el peso del dirigente. La popularidad de Schulz se debe a que no ha estado involucrado ni en las reformas de Schröder ni en los gobiernos de gran coalición. Tanto en Alemania como en Holanda, la experiencia demuestra que las coaliciones con la derecha no sientan bien a la izquierda. En Alemania no se habla ya de grosse koalition sino de R2G, la coalición entre dos grupos rojos (R) -el SPD y Die Linke- y los Verdes (G).

Con la actual composición del Bundestag, ya habrían podido formar Gobierno. Pero al SPD le dio miedo unirse con la izquierda y prefirió ser socio minoritario de Merkel. Esto puede cambiar la próxima vez. Se trata de la misma decisión en materia de alianzas que tiene que tomar en toda Europa la socialdemocracia. Y de ello depende cómo sea la futura Europa, porque esta se empieza a hacer en casa, eligiendo a los gobiernos que luego la construyen en Bruselas.

*Expresidente del Parlamento Europeo.