Lo que inicialmente se explicó como la renuncia por motivos de salud al Arzobispado de Zaragoza por parte de su titular, Manuel Ureña, ha devenido en un cúmulo de sorpresas. La primera, que fue el Vaticano quien le instó a abandonar el cargo al conocer el presunto acoso de un diácono por parte de un sacerdote y que se saldó con una indemnización 100.000 euros para el primero, al que no se llegó a ratificar como sacerdote. El conocimiento de estos presuntos hechos, la falta de veracidad en la justificación de una renuncia y la presentación ayer de una denuncia por parte del sacerdote señalado contra el diácono, abren más interrogantes en este confuso entramado de comportamientos eclesiásticos. Si alguna vez lo fueron, no son estos los tiempos para ocultaciones. Ahí está el papa Francisco. Hace falta claridad.