Pasó toda su vida junto a una ventana. No, no es que tuviera discapacidad alguna física o mental, o que estuviera secuestrado por la melancolía, o que fuera víctima de agorafobia. Desde esa posición fija vio pasar los años, los suyos también, y lo hizo como una persona cualquiera, póngase normal. Sintió muy de cerca, boca a boca, el aliento del amor en forma de vaho y fuego, las lágrimas de las pérdidas y las emociones patinando sobre su rostro transparente. Escuchó y sintió al trueno, al viento, a las pájaros contarse confidencias en pleno vuelo. Sin salir un solo instante de entre cuatro paredes. También recolectó secretos de alcoba, políticos, religiosos... De criminales y santos, de nobles y plebeyos. Aprendió tanto que su cultura era tan inabarcable como su discreción. El sol y la lluvia se deslizaron por su piel mientras a sus espaldas crepitaban gemidos, susurros, lamentos. Fue siempre fiel confidente sin dar consejos jamás y no pocas veces contempló a la muerte ir y venir para llevarse con mejores o peores modales a la gente que quería o simplemente apreciaba. Una existencia plena hasta ese día notó cómo el cuerpo y el alma se le partían a la vez cual árbol despojado de todas sus hojas en primavera. "¡Te he dicho mil veces que no juegues con el balón en casa. Mira lo que has hecho con el cristal!" A la mañana siguiente lo cambiaron por otro.