Vale ya de sofismas, de premisas trucadas y de argumentos posverdaderos o falsos sin más.

Hace justo una semana advertí aquí del desmesurado número de atropellos que han dejado sin vida a decenas y aun cientos de personas que practicaban el ciclismo (deportivo) en carretera. Pero entre los mensajes que recibí luego (incluidos los comentarios de la edición digital) descubrí no pocas muestras de que algunos no lo habían entendido o no lo querían entender. Sacaban a colación supuestas infracciones cometidas por quienes pedalean, exhibían su desconocimiento del Código (que sí permite a los ciclistas circular por carretera de dos en dos y exige a los coches y otros vehículos adelantarles dejando siempre una distancia superior al metro y medio) y sacaban a relucir el problema de la presencia de bicis por las aceras de las ciudades (vale, yo también estoy en contra) que es otro tema distinto. Parecían querer justificar la matanza sobre el asfalto a la manera de aquel juez que vinculó el abuso sexual sufrido por una joven con el hecho de que esta llevaba minifalda.

Pero, bicicletas aparte, ese tipo de desbarre se produce en casi todas las cuestiones polémicas. Cuando los de un partido justifican a sus corruptos mentando los corruptos de la competencia. Cuando se acusa a quienes ponen peros a la evidente perversión del procés, acusándoles de estar en línea con Rajoy y Albiol (entonces... ¿Colau también va de pepera?). Cuando hablas de España y te saltan con Venezuela sin venir a cuento. Cuando se trae a colación la misma Venezuela y la ETA y el soberanismo catalán para desprestigiar a quien sólo pretende oponerse al actual Gobierno ejerciendo sus derechos democráticos. Cuando se intenta, con indeseable torpeza, enfrentar a unas víctimas contra otras oponiendo las del terrorismo a las del franquismo o viceversa (y conste, ya puestos, que las del Corona de Aragón sólo lo fueron de un incendio accidental en un edificio cuyo interior rezumaba materiales altamente combustibles).

Así no hay diálogo posible.