Obviamente hay muchos tipos de vida. Hay algunas en las que parece que Dios no pasa lista; existencias que se desarrollan con los sobresaltos justos, sin exigencias de calado, sin que por sorpresa el destino se cruce por delante, te agarre fuerte de donde más duele y te lleve a una situación límite. Una sucesión de etapas marcadas todas ellas por sus cosillas, que siempre las hay, pero nada que no se pueda sobrellevar sin grandes dosis de sufrimiento. Nacer, crecer, madurar y morir sobre una suave y cómoda línea recta. Sin más.

Nada que objetar, claro, no es obligatorio llegar a conocer el lado oscuro; pero por el contrario hay vidas que se viven más. Y no depende de su duración. Basta con observar a los millones de refugiados que ha provocado la guerra de Siria, incluidos los cientos de miles de niños a los que les han arrebatado el futuro. Ahí sí que no faltan dramas con sesgo inhumano; existencias llevadas al extremo por culpa de la sinrazón, y cuya cruel odisea ha destapado la desvergüenza e incapacidad de los representantes públicos y los supuestos líderes de nuestra civilización.

En una distancia más corta, es cierto que es la salud, mejor dicho, la falta de ella, la que nos pone a menudo frente a la tragedia. Ahí está el caso reciente de Pablo Ráez, que se marchó hace unas semanas de la mano de una leucemia tras haber exprimido a tope 20 años que parecieron cien. El malagueño dejó tras de sí un agradable regusto de admiración y cariño y un legado impagable: la campaña de donación de médula que puso en marcha en la red.

Siguiendo por la misma línea, no es difícil encontrar más casos de trayectorias vitales intensas. El cáncer, el ELA o el sida, por nombrar alguno de los monstruos de nuestro tiempo, son tan despiadados que facilitan los ejemplos por doquier, alguno de ellos muy cercano. Eso sí, reconforta asistir a los pequeños, grandes y enormes triunfos que la medicina consigue cada día y especialmente a la labor de la sanidad pública, como hace unos días destacaba en estas mismas páginas el periodista Michel Vallés y antes que él el profesor Aragües. O que se lo pregunten al pequeño Roberto Jr dentro de unos años. Ahora es un bebé, pero gracias a los servicios de Neonatología del hospital Miguel Servet ha superado lo inimaginable para salir adelante. Sus primeros días han sido tan duros e intensos que se puede decir que aún no ha empezado a vivir y ya tiene buena parte de su vida hecha. ¡¡¡Vamos!!! H *Periodista