Los datos del turismo en España están batiendo récords este verano gracias a la llegada de visitantes extranjeros, que son ahora quienes van a salvar la temporada en muchos destinos de ocio copados hasta hace pocos años por los nacionales. Porque son ellos, los ingleses, franceses, alemanes, rusos y nórdicos los que tienen dinero para gastar en unos bares, restaurantes y hoteles que les resultan baratos. Justo lo contrario que para el españolito medio, al que todo le parece caro porque sus bolsillos están vacíos o semivacíos. Y para el que viajar se ha convertido en un lujo. Ante este panorama, veremos cómo resulta el balance turístico en Zaragoza, en donde el verano tiene dos caras. Una está abarrotada. Son las piscinas, tanto las municipales como las de las urbanizaciones. Difícil encontrar hueco para colocar la toalla. Es el verano del barato y del gratis, lo que afectará seguro a los clubs privados. El verano de la huida al pueblo o el de navegar, no en yate, sino en internet en busca del chollo. El verano de la nevera y la cervecita fría en casa con los amigos. La otra cara es un tanto desoladora. Con turistas deambulando por las calles más céntricas e históricas de la ciudad --repletas de establecimientos cerrados, en el mejor de los casos por vacaciones, en el peor con la persiana echada-- en busca de la archinombrada marca España. Solitarios en un desierto que brilla bajo el sol. Un espectáculo del mes de agosto en Zaragoza que nada tiene que ver con ese récord que se nos vende para playas y costas.