Como vivo en el día de ayer, es hoy cuando me lanzo de cabeza al veraneo. De momento, en Zaragoza y currando. Pero ya el pasado fin de semana aproveché para irme de excursión a la Costa de Azahar, con la novela de Chirbes, Crematorio, bajo el brazo y el uniforme completo de turista: bermudas, camiseta fitness, sandalias de travesía y una gorra Nike bien chula. Ojalá me hubiese hecho una foto para la firma de este artículo. Como no fue así, he tirado de la que utilicé el año pasado, con el sombrero ibicenco y tal. No me he atrevido a salir con la toalla-pareo que vende EL PERIÓDICO esta temporada. En ese plan, jamás podría competir con José María Aznar y su señora, que han estado paseando sus cuerpos gentiles por las playas de Marbella (mientras Mariano Rajoy, ¡je, je, je!, testificaba en la Audiencia Nacional).

De las playas levantinas ya les contaré. Ahora la actualidad nos lleva inexorablemente a Santa María de Garoña, cuya central nuclear se cierra por fin. El afán del actual Gobierno (de radicales criterios sádico-atómicos), empeñado en prorrogar la vida de la vetusta instalación, e incluso el interés mostrado por Endesa en el mismo sentido no han logrado su propósito. Más que nada por el coste de las nuevas medidas de seguridad impuestas por la Unión Europea (que luego hablaremos de la UE y de sus burócratas, pero si nos dejarán solos...). Así que la citada Garoña habrá de ser desmantelada. Se supone que a nuestra costa, pues en España lo nuclear es privado cuando da beneficios y público cuando llega la hora de meter pasta. Como todo, me dirán ustedes. Como todo, he de reconocer.

Desmantelar Garoña llevará decenios; la mortal radioactividad de sus residuos se prolongará durante milenios. Mientras, el recibo de la luz seguira subiendo y subiendo (como en los últimos meses), salvo que algún bendito poder imponga una regulación razonable de las tarifas. En Alemania, sin embargo, con la expansión de las renovables, la luz baja y baja. Pero... ¿no nos dijeron que sería al revés?