Javier Lambán prometerá mañana su cargo como presidente de Aragón tras superar la investidura en las Cortes con pocas complicaciones. Las negociaciones previas entre PSOE, Podemos, Chunta e IU estaban lo suficientemente armadas como para provocar sobresaltos. En la sesión de ayer, se limitó a dar réplica a los siete grupos políticos representados sin profundizar mucho más en las medidas para mejorar la cohesión social, incentivar el empleo, consolidar los servicios públicos y garantizar la higiene democrática anunciadas en la primera sesión. El gran reto del líder socialista comenzará el lunes. Tendrá que ganarse la confianza de la mayoría de la Cámara y, sobre todo, la legitimidad ante los ciudadanos pese a contar solo con el voto seguro de 20 diputados (los 18 del PSOE y los 2 de CHA, que finalmente entrará en el Gobierno) en un parlamento con 67 escaños.

Al colocar sobre la mesa medidas urgentes coyunturales, como la paralización de la LOMCE, o estructurales, como la aplicación de una renta social básica, está obligado a imprimir ritmo desde el primer día en la gestión. Para conseguirlo, habrá de acertar con un equipo de consejeros y gente de confianza capaz de hacerse respetar y de generar ilusión, que combine juventud y experiencia. Pero sobre todo tendrá que volcarse personalmente con un tejido social necesitado de referencias y de una mínima empatía tras años de aislacionismo y distancia durante la etapa de Luisa Fernanda Rudi. El edificio Pignatelli, y las propias Cortes, tienen que abrir sus puertas para recuperar un diálogo entre poder político y sociedad civil resquebrajado en los últimos años.

El gran reto que tiene por delante Lambán es demostrar que su etapa no es un mal menor para la comunidad: dar a entender a los aragoneses que los desafíos de su mandato se convertirán en oportunidades y conseguir que la debilidad parlamentaria enriquezca los debates, los proyectos y las leyes. Para lograrlo, tendrá que remar con fuerza y todos los días. Principalmente, convenciendo a Podemos de que sus 14 votos en las Cortes para ser presidente merecen la pena no solo para frenar al PP de los recortes y la indolencia, sino para mejorar la comunidad.

Ayer, el líder de la formación violeta en Aragón, Pablo Echenique, se fue por las ramas con un discurso alicorto, sin apenas referencias a los problemas autonómicos, falto de concreción. Sus constantes advertencias y reproches sonaron extemporáneos. Tendría que preguntarse Echenique si ha votado a Lambán para condicionar su gobierno, como es lógico, o directamente para no dejarle gobernar. Da la sensación de lo segundo, y eso es malo para todos.

Una vez conseguida la fidelidad del que habrá de ser su principal socio, el nuevo presidente debería tener las cosas más fáciles, incluso para contar en determinados asuntos con grupos que ayer le fueron hostiles como Ciudadanos o el Partido Aragonés, pensando en que los acuerdos con el PP serán prácticamente imposibles hasta que se consume el relevo de Rudi al frente de los conservadores. Desde una visión electoral, se entiende que esto suceda después de las elecciones generales de final de año, pero Aragón no puede permitirse el lujo de vararse en los intereses partidarios de unos u otros.