El partido contra el Leganés solo podía concebirse con la victoria como telón de fondo. Si no hubiera sido así, el Real Zaragoza se habría deslizado por el desagüe de la Liga Adelante hasta posiciones de acompañamiento. Es decir que, casi con absoluta seguridad, el resto de la temporada hubiese sido pareja de baile de la intranscendencia con el peligro que supone un estado de relajación competitiva en zonas intermedias. Salvado ese obstáculo, de enorme altura por el estado de gracia de los madrileños y por afrontar el encuentro con una alineación recién salida del horno del mercado de invierno, la ilusión que no la euforia se ha instalado en el conjunto aragonés y su gente. No obstante, ese despertar del optimismo no logra desprenderse de la prudencia y de ciertas dosis de temor. Y con razón. La transición hacia un grupo más homogéneo, acoplado y rodado necesitaba ahora un calendario si no apacible sí menos rotundo. En realidad el problema no reside tanto en el calado de los dos próximos rivales, Córdoba y Osasuna, como en la distancia que se ha establecido con los posiciones de privilegio de la clasificación. Al ejercicio de ganar terreno al mar sin margen para la pausa hay que añadir fortaleza mental, fútbol y una gestión precisa de los actuales recursos. De nuevo del todo la nada o viceversa en dos jornadas lejos de La Romareda.

El Real Zaragoza ha cambiado de vehículo a mitad de campeonato. Ha aligerado su mecánica con piezas de segunda mano para ganar en variedades tácticas y en la amplitud del deposito de la ambición. Se busca una complicidad absoluta del vestuario porque la misión y sus dificultades piden que ningún jugador se descabalgue, que cada miembro de la plantilla se sienta parte del todo. El triunfo sobre el Leganés dejó señales más que huellas pese a que se pisó fuerte y Lluís Carreras, por primera vez, aportó un sello personal sobre todo en los cambios sobre la marcha. Fueron las buenas noticias de un equipo todavía tierno que actuó sobre el alambre del resultado y de la endémica falta de creatividad hasta que aparecieron Hinestroza y Sergio Gil para gracia de Ángel, quien se ha quedado como único goleador sin ningún relevo fiable en el caso de que se ausente por alguna causa.

El monoplaza de Carreras parece más fino, pero este domingo volverá a partir desde muy lejos, desde la décima posición de la parrilla de la Liga con la meta final de alcanzar un puesto en la promoción de ascenso. En el Gran Premio de Córdoba tiene que ser decidido y no permitirse ni un solo fallo en la conducción. Además, su versión mejorada tiene que funcionar como un reloj sin margen para avería alguna. Necesita la victoria porque después viajará a otro circuito plagado de curvas, el de Pamplona, donde no deberá perder. La adrenalina ha subido al máximo ante la posibilidad de volver a coger el volante del destino. Para conseguirlo, el Real Zaragoza pisará el acelerador de su coche tuneado. Desde boxes, su afición se santiguará.