Es paradójico, pero real como la vida misma. En esta pelea por retornar a Primera, el Real Zaragoza se ha visto obligado a tomar decisiones deportivas contrarias, porque han debilitado la plantilla, al objetivo único del ascenso. Por ejemplo, el traspaso de Rico al Leganés, que ha dejado la titularidad a Casado, un futbolista varios escalones por debajo del burgalés. Un suplente, vamos. Pero el dinero manda, aunque con dinero y peores jugadores acariciar el maná salvador de la televisión en Primera se complique. En esa terrible contradicción vive instalada la SAD.

Cabrera ha estado en la misma pasarela que Rico todos estos meses de trajín. A dos días para que se cierre el mercado, el uruguayo sigue ahí y aquí. La voluntad del Zaragoza siempre ha sido venderlo, dado que su actual contrato finaliza en junio del 2017. Traspasarlo, hacer una caja más modesta que con Rico, pero caja al fin y al cabo, fichar un jugador igual o mejor que él y usar la plusvalía para menesteres financieros. Todo en uno.

No se ha dado porque no ha llegado la oferta adecuada: que le viniera bien al club (de estas alguna ha habido) y que a la vez agradara al futbolista, el punto de enrocamiento del caso. Ofertas altas pero poco seductoras del extranjero y propuestas bajas de ficha en España. Total, que como la idea se ha ido frustrando, el Zaragoza le ha acabado ofreciendo la renovación por dos años en unos términos similares a los actuales. El destino de Cabrera estaba escrito: un traspaso. Hasta hoy Leandro se ha rebelado y sigue manejando su suerte.