Santiago Alba Rico en el libro Juventud sin Futuro señala que solo un modelo social ha insistido más que el fascismo en las virtudes de la juventud; solo un modelo social ha despreciado más que el nazismo la debilidad, la vejez, la biodegradabilidad: el mercado capitalista. El himno del fascismo italiano se llamaba «Juventud» (giovinezza giovinezza primavera di bellezza). Hitler exaltó igualmente la juventud. Hoy, en el mundo capitalista se rinde pleitesía a la juventud, mucho más que en el fascismo y el nazismo. La publicidad exalta la eterna juventud. Productos siempre nuevos, rejuvenecidos, renovados. Todos miramos a los jóvenes: modelos, actrices, presentadores, deportistas, concursantes todos jóvenes. En España se realizan anualmente 400.000 operaciones de cirugía estética, que es una muestra obsesiva de juventud. Pero aquí hay una perversa paradoja. Ninguna sociedad manifiesta un culto tan fanático a la juventud como la nuestra; pero, también, ninguna sociedad desprecia tanto a los jóvenes.

Saskia Sassen en el 2013 advirtió que las políticas de austeridad pueden ser consideradas como una forma blanda de genocidio, mediante la cual generan daños colaterales entre los sectores desfavorecidos (entre ellos pobres, emigrantes, mujeres y jóvenes). Si tras la II Guerra Mundial los jóvenes fueron unos de los mayores beneficiarios de la creación del Estado de bienestar, tras la crisis financiera, aunque ya antes también con la irrupción del neoliberalismo, hoy son las principales víctimas.

Como consecuencia de la crisis, la pérdida de empleo o sus trabajos precarios suponen un juvenicidio económico; además como suele acompañarse de una estigmatización mediática y cultural de los jóvenes, presentados como rebeldes y ociosos voluntariamente, puede hablarse de un juvenicidio simbólico. Cuando convergen ambos procesos se puede hablar de un juvenicidio moral. Para que se produzca debe darse una situación de precariedad material y de expulsión del mercado de trabajo. Pero eso no basta: debe darse también un proceso de estigmatización y criminalización de la juventud, que deja de ser una prioridad para la sociedad y pasa a ser una categoría social prescindible, una especie de ejército de reserva.

La precariedad laboral juvenil produce tres tipos de transformaciones en sus trayectorias vitales.

La etapa de juventud se ha alargado en el tiempo como consecuencia de una mayor duración de la formación, pero también por la consolidación de la precariedad como norma, lo que impide acceder a la vivienda, que en el caso español se agrava todavía más por un mercado inmobiliario con alquileres muy caros y la práctica inexistencia de vivienda social.

En los últimos años asistimos a la aparición masiva de biografías o trayectorias vitales no lineales, discontinuas e imprevisibles. Ya lo advirtió Sennett en el 2000 en su libro La corrosión del carácter. La secuencia estudios-trabajo-matrimonio-emancipación es ya excepcional y atípica. Lo habitual hoy son trayectorias oscilantes entre el empleo precario y el paro, con entradas y salidas de la universidad y otros espacios formativos (prácticas en empresas sin remunerar… ), y con itinerarios laborales muy móviles geográficamente. Con el agotamiento y la excepcionalidad de esas trayectorias lineales aparecen otras reversibles. La reversibilidad supone volver al punto de partida, el retorno al hogar paterno por una emancipación fallida.

Como consecuencia de lo anterior se produce la creciente diversidad de las trayectorias vitales. Las biografías estandarizadas de los 70 u 80 se han convertido en excepcionales. Los acontecimientos biográficos son cada ve más imprevisibles, de ahí la sensación de que cada trayectoria biográfica es única e irrepetible.

Los jóvenes sometidos a una ininterrumpida, incontrolable y despiadada precariedad tienden a ver sus propias trayectorias biográficas a modo de un puzle, un conjunto de fragmentos, piezas, trozos de vida, que no siempre tienen forma para encajar unos con otros y con aristas que pueden echar a perder otras piezas. Es un puzle infinito, imprevisible e inestable, que como un castillo de arena puede venirse abajo en cualquier momento.

Por tanto, la juventud precarizada está imposibilitada de diseñar un proyecto vital cara un futuro ni siquiera en el corto plazo, ni en el ámbito laboral, ni en el afectivo, como el vivir en pareja. No tienen otra opción que vivir en un presente permanente, porque vislumbran un futuro sin futuro. Todo ello, a no ser psicológicamente muy fuertes, supone que muchos se vengan abajo. Tampoco los hemos preparado para las dificultades.

¿Cuántas parejas se han roto? ¿Conocemos sus depresiones y sus suicidios? Mas tampoco debemos sorprendernos de esto. ¿Qué es el neoliberalismo? Una auténtica máquina de destrucción de humanidad. En la culminación de su perversidad el neoliberalismo a través de potentes discursos diseñados desde el ámbito económico, académico, mediático y político responsabiliza y culpabiliza a los mismos jóvenes -lo que estos en su gran mayoría asumen- de quedar descolgados en esta carrera cruel, en la que solo llegan a la meta los más formados, los más emprendedores, los que asumen más riesgos, los mas capaces de incrementar su capital humano, los más flexibles, los que muestran más iniciativa y adaptabilidad y los más competitivos.

*Profesor de instituto