Al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, The International Herald Tribune publicaba una viñeta soberbia: dos banqueros provistos de gruesos abrigos increpaban a un mendigo tirado en la nieve mientras exclamaban: «Hemos ganado». Constituye una original síntesis del malentendido imperante en estos años. En efecto, a partir de 1989 el capitalismo se presentaba ante el mundo como flamante vencedor y junto con los Derechos Humanos y en ausencia de adversarios creíbles, extendería sus virtudes benéficas por toda la Tierra, con la panacea de la civilización y del progreso. La celebración de tal hazaña sumió a Europa y América del Norte en una peligrosa modorra, de la que muy pronto hubo que salir. Algunos fueron conscientes de los peligros.

Slavoj Zizek cita una anécdota en su libro Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismo. En la década de 1990, en Alemania circuló el rumor de que Gorbachov, en un viaje a Berlín tras perder el poder, visitó al ex canciller Willy Brandt. Sin embargo, cuando él y su guardaespaldas llamaron al timbre, éste se negó a abrirle la puerta. El motivo era porque nunca le había perdonado a Gorbachov que permitiera la disolución del bloque comunista; no porque Brandt fuera un defensor del comunismo soviético, sino porque era consciente de que la desaparición del bloque comunista entrañaría la desaparición del Estado de bienestar en la Europa occidental socialdemócrata. Brandt sabía que el sistema capitalista estaba dispuesto a hacer concesiones a los trabajadores sólo si existía la seria amenaza de una alternativa, de un modo de producción diferente que prometía a los trabajadores sus derechos.

Sea cierta o no la viñeta y la anécdota, la caída del Muro de Berlín y el colapso subsiguiente de la URSS supuso el fin del socialismo, como alternativa clara al capitalismo, celebrado con jolgorio por todos los demócratas del mundo. Para Josep Fontana es más relevante el 1968 como fecha de inflexión, cuando con la actitud del Partido Comunista en Francia y la del bloque soviético en Praga «está claro que los movimientos comunistas no tienen ni el proyecto ni la capacidad de subvertir la sociedad». Incluso antes, hubo intelectuales que dejaron de mirar a Moscú, tras los acontecimientos de Hungría en 1956, aunque ya supuso un durísima crítica al mito soviético, el libro de 1940 El cero y el infinito, de Arthur Koestler. Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn en 1973 también supuso otro aldabonazo. Pero, no solo se colapsó el socialismo, sino también la socialdemocracia. Y esto significó que ya pudo consolidarse la versión más inhumana del capitalismo del siglo XX, el neoliberalismo descarnado, en la dimensión más depredadora del capital financiero. Se aceleró ya una guerra total contra los derechos sociales y económicos, con un crecimiento insultante de las desigualdades. Destrucción de la democracia.

Este año es el centenario de la Revolución rusa. Las valoraciones son dispares. Desde un fracaso estrepitoso a un éxito, aunque limitado. El siglo XX se inició con dos grandes modelos de transformación progresista de la sociedad: la revolución y el reformismo; y en el siglo XXI sin ninguno de ellos. La Revolución rusa radicalizó la opción y quedó claro para los trabajadores que había 2 opciones para la consecución de un futuro mejor al capitalismo, el socialismo. O la revolución, de ruptura institucional con la democracia representativa, quiebra de la legalidad, cambios en el régimen de propiedad; o el reformismo, con el respeto por las instituciones democráticas y el avance gradual vía parlamentaria en las reivindicaciones de los trabajadores. El objetivo el mismo: socialismo. Al fracasar la revolución alemana (1918-1921), se fue imponiendo en Europa occidental la vía reformista, que en la posguerra dio origen a la socialdemocracia europea, un sistema político con altos niveles de productividad y de protección social, abandonando sin decirlo abiertamente el socialismo, al aceptar un capitalismo de rostro humano, y a partir de los 80 con los Mitterrand, Blair, Schröder, González sucumbiendo ante el tsunami neoliberal.

Las luchas entre ambas opciones fueron encarnizadas y permanentes ya a partir de los años 20, tras la creación de la III Internacional. Los comunistas acusando a los socialdemócratas de traicionar a la causa socialista. Estos a aquellos por su connivencia con los crímenes de Stalin y su defensa de la dictadura soviética.

Según Boaventura de Sousa Santos, el triunfo de la Revolución rusa consiste en haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se enfrentan hoy. Su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Excepto uno. ¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo? Este fue el problema que la Revolución rusa resolvió, y la respuesta fue clara. Y hoy la estamos comprobando dramáticamente. Termino con un chiste ruso, «nada de lo que el comunismo nos decía de sí mismo era verdad, pero todo lo que decía del capitalismo se quedó corto». H *Profesor de instituto