Las series de televisión se han convertido en un sugerente y sugestivo soporte cinematográfico con sustancias adictivas. El trasvase de directores, productores y actores de primer nivel de la pantalla grande a la sala de estar ha elevado la calidad de las historias, que se suceden a un ritmo frenético, en ocasiones rematadas con sublime perfección artesanal y en muchas otras fulminadas por la avaricia, añadiendo temporadas para mantener el éxito con respiración artificial o precuelas que incluso superan al proyecto original. Son películas de largo recorrido que familiariza al espectador con los personajes hasta hacerlos suyos durante años.

En esta vorágine creativa y de combate entre las diferentes cadenas, El cuento de la criada que emite HBO (The Handmaid’s Tale, una novela escrita por la canadiense Margaret Atwood en 1984), juega en otra división, logrando que la sangre se congele en las venas de la conciencia, sobre todo en la del hombre (o debería). Cada capítulo de su primera entrega es un ejercicio impecable de reivindicación feminista en un escenario de ciencia ficción que aterra por su familiaridad, por su contemporaneidad. Estados Unidos se ha transformado en una dictadura teocrática en manos de fanáticos que, frente a una plaga que ha reducido natalidad a la mínima expresión, reducen el papel de la mujer al de esclava reproductora. Uniformadas con una capa escarlata y una cofia de criada (recreando a la pecadora María Magdalena), son entregadas a familias donde mensualmente el marido las viola en presencia de la esposa, en una ceremonia de despiadada frialdad.

Anuladas, perseguidas, mutiladas, ejecutadas, humilladas... Vasijas de un semen pobre también de espíritu. El repugnante futuro expuesto provoca que el estómago presente se encoja ante el sufrimiento de esas sirvientas del horror. Unas, impotentes, acaban abrazando la imposición fascista y las menos se rebelan transportándose en flashback a un pasado aparentemente más feliz pero premonitorio de su situación actual. Es decir ¿al ahora?. La puesta en escena por parte de los directores es primorosa. La luz y sus texturas recrean una atmósfera de paz irrespirable, de anormal normalidad. En ese silencio militarizado, los ojos de la actriz y protagonista Elisabeth Moss son puro sonido. A través de ellos se escuchan con nitidez la angustia, la ira de la sumisión fingida, la desorientación, la improbable huida, ¿el amor?. La supervivencia en el reino de la muerte que representa el comandante al que debe obediencia física (un Joseph Fiennes perfecto en su papel hitleriano).

El cuento de la criada no es una alegoría sino una verdad vigente que nos negamos a asumir. Margaret Atwood escribió "sobre lo que ya estaba ocurriendo" en 1984. Desde siempre en realidad. La mujer, en la serie, sufre todo tipo de vejaciones hasta el extremo de ser violada en un marco legal, quizás lo que más escandalice al puritanismo fariseo. Desplazadas de los grandes foros de decisiones, con sueldos y derechos inferiores y observadas y tratadas con perenne condescendencia en la sociedad, en el trabajo y en el hogar, van ganado terreno al mar aun ahogándose frente a la costa de los pichacortas. Mientras, el mundo civilizado se desliza hacia los gobiernos extremistas, ultraconservadores, separatistas y temerosos de los dioses con mandamientos tuneados al gusto del poder. Doctrinas de miembro viril que agradecen al señor las doncellas que ha puesto a su servicio y reniegan de toda orientación sexual que no contemple un semental.

Esta puñetazo televisivo mira a los hombres y les viola el corazón con una magistral obra a la que la que es imposible sustraerse por lo atroz del mensaje. Por su estrecha vinculación con los informativos de actualidad.