¿Qué es violencia? ¿Y tú me lo preguntas? Violencia…eres tú. Esta apropiación indebida del poema de Bécquer me permite empezar por dejar claro que, en las ciencias sociales, nada es único, limitado y objetivo. Los conceptos son subjetivos e interpretables y lo único que hay al respecto es un acuerdo social sobre su contenido y uso. Ello no significa que sean marcos teóricos de menor importancia, más bien al contrario, es vital mantener el acuerdo que permite a cada sociedad vivir bajo unos mínimos comunes y que cualquier uso fraudulento o ruptura de ese contrato social se señale y aparte.

La democracia es frágil y un bien a proteger entre todos. Abusar de los mecanismos y garantías que ofrece en favor propio la fractura y pone en peligro. Nos encontramos en una situación extremadamente frágil, delicada y peligrosa en la que la ofensiva del Estado contra el independentismo pone a prueba los límites del derecho y las garantías fundamentales traspasando extremos y líneas rojas.

Es un deber común, de todos los ciudadanos, actuar como garantes de esos límites y exigir su cumplimiento y respeto puesto que, aunque a corto plazo haya quien pueda verle beneficio político o pueda incluso estar de acuerdo ideológicamente, a medio y largo plazo crea más daño que bien y ahonda en las grietas del contrato social. Urge pues retomar el control del uso de esos conceptos, su instrumentalización política y jurídica y la exigencia del cumplimiento de los valores fundamentales. Ni todo es violencia ni mucho menos todo es terrorismo, y utilizar ambos conceptos de forma baladí es impermisible en un Estado de derecho.

Johan Galtung, padre de los estudios de paz y resolución de conflictos, señala tres tipos de violencia: la física, la cultural y la estructural. La física es la más fácil de detectar puesto que es visible a simple vista. La cultural, aquella que una sociedad tiene interiorizada, que acepta comunmente, es muy difícil de señalar. Expresiones que usamos desde hace años y que tienen connotaciones machistas, racistas, clasistas… forman parte de la violencia cultural que, queriendo o sin quererlo, reforzamos como sociedad. Trasladado al contexto actual, normalizar que se use fascista, golpista, o catalán y español con connotaciones negativas o que se llegue a normalizar la brutalidad policial en el imaginario colectivo, son formas de violencia cultural.

Por último, la violencia estructural es aquella que se ejerce desde una posición de superioridad, que la propia estructura del sistema (sea una familia o un estado) permite. Que los jueces, fiscales o policía hagan su trabajo de forma justa, proporcional y limitada no es violencia, aunque ello conlleve una detención, una acusación o una limitación física. Ejercen las obligaciones de sus funciones. Ahora bien, en el escenario actual, los mecanismos que el Estado utiliza de forma desmesurada, partidista o contra un colectivo concreto sin una razón legal y objetiva, sí forma parte de esa violencia estructural.

Aclarados los conceptos, viene la dificultad. Si una persona percibe algo como violento, ¿es violencia? No hay una única respuesta a ello. La percepción subjetiva es legítima, pero es percepción. Corresponde a un juez decidir si objetivamente también lo es. Un corte de autopista, la quema de neumáticos, una manifestación intensa o interrumpir el transporte público puede crear graves perjuicios a infinidad de personas. Puede llegar a considerarse una forma de violencia económica si crea daños muy relevantes proporcionalmente, pero, en ningún caso, será violencia física si no ha habido daños humanos.

En segundo lugar, sobra decir que durante décadas España ha vivido en primera persona el terrorismo y sus efectos. Sabemos cómo pudre lo que toca y crea dolor y ruptura. Los familiares de las víctimas, pero también de los verdugos, pasan a formar parte de esa espiral del terror que deshumaniza y nos vuelve animales en una lucha encarnizada. Tenemos experiencia en terrorismo de Estado. Los años más oscuros de la etapa democrática avergüenzan a cualquier demócrata, y ese episodio nos enseñó las fronteras que no hay que cruzar.

Así pues, conocemos bien el concepto y extensión del terrorismo y sabemos lo que no lo es. Las asociaciones de víctimas, a veces enclaustradas en partidismos, pueden ser los primeros en exigir que se use el concepto para definir solo y en ningún caso más, aquello que sí es terrorismo. La barra libre de acusaciones nos lleva a un horizonte oscuro y nada deseable en el que, parece, todo vale.

*Profesora universitaria